Kolombia-Monterrey, la identidad de la loma

En Monterrey, la música colombiana llegó desde hace varias décadas junto con los migrantes provenientes de San Luis Potosí y otros estados que llegaron a trabajar a empresas capitalistas extranjeras o de capital privado nacional, como la extinta Fundidora, Cervecería Moctezuma, Cemex, entre otras. Algunos de esos trabajadores pensaban cruzar la frontera para irse a trabajar al gabacho, pero por alguna razón se quedaron. Entonces, empezaron a construir su barrio en una loma que se llamó barrio de San Luisito y después colonia Independencia; “paracaidistas” les llaman porque hicieron sus cantones sin permiso.

Esta colonia está mero en medio de Monterrey: es una loma larga que cruza la ciudad y que luego creció. Ahora, además de la colonia Independencia, existe el Cerro de la Campana, Cierra Ventana, Burócratas Municipales y un montón de barrios de esos a los que les llaman “marginados”. En frente de la colonia Independencia está el Río Santa Catarina, el cual cruza la ciudad y nunca lleva agua –más que en dos ocasiones que hubo huracanes, el último en el 2010. Más adelante está lo que llaman la “Macroplaza” que es el centro de Monterrey y es donde están los palacios de gobierno municipal y estatal. Al lado de esta loma empiezan los barrios ricos (de los más ricos del país), estos pertenecen al municipio de San Pedro Garza García.

Barrio Antiguo, Monterrey. Un domingo de tardeada en agosto de 2011

Hay muchas ideas, teorías y mitos de por qué se arraigó tanto y tan fuerte la música colombiana en Monterrey. Las letras del vallenato hablan de amor, de personajes, de costumbres y fiestas pero, sobre todo, cuentan historias y vivencias acerca del campesino o pescador que se va para la ciudad a trabajar, de lo que significa dejar su pueblo y lo que implica llegar a la ciudad. Por eso, pero no sólo por eso, creo que el migrante que llega a Monterrey, una sociedad sumamente clasista, se aferra a la música colombiana, que bien puede ser alegre o triste, vallenato o paseo, entre tantas otras vertientes y ritmos.

No sólo adoptó la cultura musical de Colombia, sino que se hizo propia, se adaptó a la realidad regiomontana, se transformó en otra cosa que no es idéntica, quizás muy poco similar a como se concibe y a lo que significa la música vallenata en Colombia; se hace, se baila, se escucha.

Alrededor de la música colombiana regiomontana se ha construido una identidad. Esta música no se limita a fronteras geográficas, no se oye sólo en la colonia Independencia, sino en los barrios pobres de la ciudad. La cantan y la bailan señoras, señores, niños, viejos… pero, sobre todo, jóvenes. Las fronteras de esta música son sociales y propias del sur social. De lo feo, lo «prole», lo marginado, lo «naco», lo «malandro». A los que oyen esta música y viven la música colombiana se les llama “cholos”, “colombias”, “pandilleros”.

Son jóvenes que construyen su identidad a través de la Colombia. Los grupos de vatos que la tocan se suben a los camiones y cantan Cumbia Nohemí, Cuando lo negro sea bello, Cumbia sampuesanaCumbia cienaguera o cualquiera que se les antoje y con eso ya juntaron varo para la cheve,  la mota, el baile, para pagar la escuela o dárselo a su mamá para el gasto. A los que la bailan se les han ocurrido unos pasos bien raros, con unos movimientos corporales extremadamente cadenciosos, o que hacen referencia a diferentes cosas; como el paso de la motoneta, el del sarpeado, el del chemo o del gavilán. La vestimenta que les adorna es colorida y las tallas son por lo menos dos veces más grandes que las dimensiones de sus cuerpos, las mujeres usan vestidos cortitos y blusas ombligueras para aguantar en calor y enseñar la piel. El pelo tiene rayitos dorados, mucho gel, algunos lo usan aplastado al cráneo otros se lo arreglan con picos, usan flequillos y patillas muy largas que luego se confunden con una barba muy delgadita con figuritas.

En el gabacho se acostumbra que según el lugar de origen se hacen las clikas: los chicanos, latinos, negros, blancos. Acá casi todos somos mestizos parejos pero se inventaron dos bandos, el símbolo star y el símbolo uno, entonces cada banda que surgía decía a qué símbolo pertenecía y de ahí pa’l real, ya se ganaba fallas o compis. Es de ley que parte de la vestimenta traiga el símbolo de su clika, ya sea serigrafeado en la ropa o unas placas colgadas como collar que pueden decir «los verdugos», «pachecos de la Fome 11», «esquineras», «malvivientes», «golden boys», «necios de la Canavati», «regados», «chukis», «huérfanos de la Paraíso», «rebeldes de la Croc», «soñadoras», «los doors», «los lacras», «las casi locas»…

A los colombias en Monterrey se les desprecia como jóvenes y jóvenas por ser pobres, morenos y «nacos», su identidad incomoda.

Se les explota, porque muchos de ellos son trabajadores, obreros, vendedoras ambulantes, intendentes de limpieza subcontratados en alguna escuela o banco. Se les reprime, se les criminaliza por el hecho de ser joven y ser diferente al prototipo de joven regiomontano, la policía acostumbra hacer redadas en las colonias para pagar su cuota diaria por cada cabeza que llevan a los separos. Cada que la policía o el ejército agarra a alguien que según cometió un delito, los medios de comunicación acostumbran decir «joven con aspecto colombiano», «joven con vestimenta tipo cholo», «joven con aspecto pandillero».

A los colombias en Monterrey se les despoja de los espacios públicos para bailar o para hacer tocadas con el pretexto que se pelean, roban o dan mala imagen, pero al mismo tiempo, empresas de entretenimiento y «cultura», como Multimedios Televisión, comercializan la música colombiana y la convierten en mercancía al ofrecerles espacios cerrados donde cobran para bailar o trayendo a grupos de Colombia para tocar.

Se les despoja del derecho de ser, no bajo golpes ideológicos o mediáticos sino con violencia directa y abierta. Al igual que la mayoría de la población, están viviendo muy de cerca la guerra del Estado contra la población con el pretexto de acabar con el crimen organizado, viven en una ciudad gobernada por el narcotráfico. Para el narco, estos jóvenes son sus presas, los “invitan” a trabajar para ellos diciéndoles que van a ganar mucho dinero y que más vale una vida corta con lujos que una vida larga en la miseria. En realidad es trabajo esclavo, trabajar bajo amenaza, bajo el miedo de que maten a sus familiares.

Dentro de esta realidad que vive nuestro país –donde ya no se lucha nada más bajo una ideología o por un proyecto político, sino que se lucha a diario por la vida, porque mataron a tu familiar o levantaron a tu amigo, porque el sistema afecta a todos y cada uno de cerca y más abiertamente que nunca–, existen expresiones culturales de abajo. Estos jóvenes no se consideran ni anticapitalistas ni de izquierda. No quieren saber nada de política, pues lo que conocen es una basura. Sin embargo, resisten, y viven directamente los males del sistema capitalista, mientras el baile continúa.

Por Estefanía en colaboración con

Agencia Autónoma de Comunicación (AAC)

Galería fotográfica: «Kolombias en Monterrey»

Algunos referentes visuales:

 

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