El falso discurso del desarrollo en la Ciudad de México y el caso del pueblo urbano de Xoco

Por Víctor Javier Novoa Gutiérrez[1]

Contraste. Fotografía: Víctor Javier Novoa Gutiérrez

Cuando regresé a la Ciudad de México, alguna vez apodada “de la esperanza”, después de casi dos meses, quedé sorprendido por dos cosas. La primera, cuando a través de la ventana de mi cocina, vi que sobresalía una grúa de construcción, lo que implica una edificación más en la zona. Lo segundo, más que una sorpresa, ya que es algo que había experimentado con anterioridad, es una de esas cosas que nos causan aversión y logramos reprimir su recuerdo: el olor fétido que se respira en la Ciudad en la tarde-noche; la pestilencia de la basura generada en la metrópoli (o tal vez de la esperanza que se pudrió).

A primera vista, tal vez, no se encuentre ninguna relación entre un nuevo ejemplo de la urbanización galopante y la generación de tal cantidad de basura, cuyo característico olor se ha convertido en el perfume oficial de la Ciudad de México. Profundizando un poco más, encontramos que tienen un común denominador: las dos son causadas por el glorificado desarrollo en la ciudad.

Cuando fui en dirección de la mentada grúa de construcción, noté un extenso terreno donde se anunciaba otra torre de departamentos. Digo otra porque se ha vuelto algo cotidiano en la Ciudad, en especial en la delegación Benito Juárez, encontrar grandes construcciones y anuncios de departamentos (todos ellos, supuestamente, caracterizados por su lujo y confortabilidad).

Hay algo preocupante en que esto se haya vuelto parte del cotidiano, ya que su normalización implica una paulatina aceptación del fenómeno de la urbanización como algo inevitable y, en cierta medida, correcto; lo cual deja fuera cuestiones fundamentales para quien vive en la ciudad. ¿Por qué se da este fenómeno y qué actores se ven involucrados en él?

Para acercarse a la respuesta de la primera pregunta es necesario tener en cuenta la relación intrínseca entre el desarrollo, el crecimiento y lo moderno, entendiendo a este último como algo novedoso. Al hablar de crecimiento me refiero no sólo al que se hace evidente físicamente en la ciudad (tanto horizontal como verticalmente) sino también al económico. Si el desarrollo se percibe como una mejora de las condiciones frente a las ya existentes, el crecimiento aparece como el modo idóneo para lograrlo, y lo moderno es a lo que se debe aspirar.

Estos tres elementos, el desarrollo, el crecimiento y lo moderno, son utilizados continuamente en un discurso que presume una transformación que tiene como finalidad un beneficio social general. Es decir, se presenta como un proceso positivo y neutral. Hablo de neutralidad en el sentido de que las mejoras obtenidas son aprovechadas por todos los miembros de una sociedad, pero, ¿realmente se obtiene un beneficio general con el desarrollo?

Por lo anterior, es menester profundizar en las especificidades de dicha idea. Sea  urbano, económico o de las fuerzas productivas, el desarrollo está enmarcado en la sociedad capitalista y sus necesidades, es decir, sus lineamientos y finalidades están dictaminados por ésta. Entonces la pregunta es: ¿El desarrollo capitalista, en sus diferentes formas, beneficia a la sociedad en general?

Hace un tiempo leí la siguiente frase: “no te juzgo por quién eres, sino por tu marco teórico”. Y es, justamente, cierto marco teórico/interpretativo de la realidad mediante el cual se contesta la última pregunta. Los seguidores del libre mercado responderán, obviamente, de manera afirmativa, sea por una desfachatez inusitada o porque realmente lo creen. Por otra parte, aquellos que se consideren críticos al sistema capitalista optarán por un “no”. Lo anterior no es, de ninguna manera, apelar a un completo relativismo de las cosas, ya que esto tiende a no tomar partido en una disputa de verdades, favoreciendo, por lo tanto, al poder establecido y, a su vez, al estado de las cosas. Lo que queda, inevitablemente, es regresar a la realidad concreta para fundamentar nuestra posición.

Enfoquémonos en el “crecimiento”, elemento que aparece continuamente como fetiche que garantizará mejoras en la calidad de vida de una población. Pero, ¿en relación a qué se da dicho crecimiento? Al ciclo de crecimiento anterior. Es decir, se habla de una producción mayor de bienes y servicios frente a la anterior producción. Esto deviene en un grave problema ya que encontramos que el fundamento del crecimiento se basa en la capacidad infinita de producción y consumo de dichos bienes y servicios, lo cual no contempla la capacidad limitada para absorber lo producido ni la finitud de los elementos con que se produce, lo que causa incompatibilidad entre la naturaleza, la sociedad y el crecimiento.

Por lo que respecta a “lo moderno” me enfocaré únicamente en lo que está relacionado al desarrollo urbano. Ahora bien, este puede ser observado a partir de dos elementos complementarios. Uno como forma de vida “correcta” en tanto moderna, y la otra como característica que da validez social a dicha forma de vida.

Ya durante el porfiriato se había intentado modernizar a la ciudad, y qué mejor modelo a seguir que el de la Ciudad de la Luz. Así, la capital francesa fue el ejemplo a seguir, y el objetivo era convertir a la Ciudad de México en el París latinoamericano: nuestros Campos Elíseos fueron el Paseo de la Reforma y el prototipo arquitectónico deseado se puede observar en el Palacio de Bellas Artes. Pero hubo un gran problema para los majestuosos y ambiciosos planes que se tenían para la ciudad: el suelo -antes lago- no era el adecuado. Es importante recalcar que la modernización de la ciudad no hacía únicamente referencia a una organización y diseño arquitectónico específico, sino a una forma de vida. Dichos elementos eran sólo una parte de lo que se buscaba “modernizar” en la sociedad mexicana, pues la elite porfiriana vestía, bailaba y festejaba al estilo parisino. Desde la arquitectura hasta la cultura, se quería importar e imponer formas de vida ajenas a las existentes.

De lo antes mencionado ha pasado más de un siglo y, evidentemente, ha cambiado la percepción de lo que se considera como moderno. En la actualidad el modelo que se trata de implementar en México es aquel que se caracteriza por grandes construcciones, zonas y edificios que combinen usos de suelo y que integren en un mismo espacio lugares recreativos (casi siempre de consumo), de vida y naturales; lo cual, supuestamente, fomenta una mejor distribución del espacio, disminuye traslados, permite la llegada de más personas y genera una convivencia armónica, y además se asume como la versión “verde” de la urbanización.

En los dos ejemplos anteriores sobre los modelos que se quieren implementar en la ciudad, el actual y el del porfiriato, encontramos que ambos son proyectos sumamente clasistas. El bienestar que pregonan es dirigido, únicamente, a quien pueda pagarlo. Todo aquel que no se encuentre en una situación de clase privilegiada será excluido de las “grandes ventajas” que trae consigo lo moderno. Además, ninguno de los dos contempla la existencia de una historia propia de la ciudad en la cual están inmersos elementos culturales distintos, es decir, creen que van a llegar a un espacio en blanco donde implantar el modo de vida que ellos creen correcto. El problema no sólo se encuentra en la arrogancia de dicha idea sino que, al anular la historia particular de la ciudad, se relegan a los espacios típicos que no se encuentran en la modernidad que se trata aplicar y pasan a ser lugares que hay que colonizar con la verdad de lo moderno (impulsado por la elite).

Retomando al modelo que se desea implantar actualmente, cabe señalar que desde hace varios años hay un auge de la idea de “ser verde”, la cual se fundamenta en una relación más armónica entre el hombre y la naturaleza. Se puede decir que esto detona a partir de la importancia que se le da a la “sustentabilidad”. Es curioso como todas las empresas ahora dicen que son sustentables y se jactan de su responsabilidad social, desde Wal-Mart y sus miles de bolsas para cargar las compras, hasta Coca-Cola y sus, también, miles de botellas plásticas para llevar hasta nuestra boca esa agua de color fuertemente azucarada. De esta forma nos encontramos que la sustentabilidad se convierte en un legitimador social, a pesar de lo ridículo que pueda parecer, para caracterizar a empresas y prácticas como las antes mencionadas.

La sustentabilidad se relaciona comúnmente con que se satisfagan las necesidades actuales sin afectar negativamente a generaciones futuras. Lo anterior deja fuera del debate elementos muy importantes que rodean a la sustentabilidad. En primera instancia está el asunto de “las necesidades”. ¿A cuáles se refieren? ¿A las que son condicionantes para la vida, alimentación, bebida, refugio de la naturaleza; o a las culturales, como la educación? La respuesta es: a ninguna. Las necesidades que debe satisfacer la producción son las referentes al crecimiento. Recordando lo dicho líneas arriba sobre el crecimiento, podemos decir que todo lo relativo a la explotación “inteligente” de la naturaleza queda de lado. Con lo anterior se puede establecer que la sustentabilidad sólo sirve como legitimador social en un sistema donde la economía se fundamenta en la sobreproducción y el consumismo.

Recapitulando, lo moderno en relación al desarrollo urbano es aquello que emana de un modelo ajeno a la realidad particular de nuestra historia; que se legitima en ser el siguiente escalón en los grandes avances tecnológicos; y que puede, según quien lo pregona, empatar el crecimiento económico y el impacto a la naturaleza (y por lo general se deja fuera el impacto social).

Tomando en cuenta lo hasta aquí expuesto, el desarrollo aparece como una necesidad que no sólo deviene en una cuestión económica sino en formas de vida concretas. Es cambiar hacia modelos generados en el exterior para acercarnos cada vez más a lo que realmente es una “sociedad avanzada”. Colonialismo cultural puro.

Para continuar con este análisis, me parece pertinente partir de un caso concreto y actual en la Ciudad de México. Esto para poder entender claramente las implicaciones que el desarrollo urbano tiene en la vida de quién se mueve en la ciudad y qué actores están involucrados. Por lo tanto, escogí un caso que por sus pretensiones y dimensiones rayan en lo ridículo. Expondré brevemente lo que sucede en el pueblo urbano de Xoco en la zona sur de la delegación Benito Juárez.

Párrafos arriba, al hacer referencia a lugares típicos y particulares de la Ciudad de México debido a su historia, no encuentro mejor ejemplo que los pueblos urbanos. Lugares que se encuentran entre la tradición y la modernidad, donde se percibe todavía elementos propios de la vida rural pero que están unidos a lo urbano. De igual forma, se distinguen por llevar relaciones de tipo comunitario frente al exaltado individualismo de las zonas más modernas de la urbe.

Xoco es un pequeño pueblo urbano cuya historia puede rastrearse desde el siglo XVII. Lugar que fue desde hacienda productora de trigo hasta zona donde se cultivaba el maguey y se comercializaba el pulque. Como todo pueblo urbano tiene sus fiestas típicas durante las cuales cierran las angostas calles para darle cabida a la procesión de santos, tanto los suyos como los que llegan de otros barrios y pueblos. Es en la fiesta donde el sincretismo cultural se deja ver con más claridad cuando en el atrio comparten espacio danzantes prehispánicos con fondo musical de tambores, conchas y caracoles; los “santiagos” representan la lucha y victoria de los cristianos sobre los moros en una España muy remota; y los chinelos bailan con sus características máscaras y atuendos. Esta festividad no es meramente para cumplir con un rito anual, es una tradición que refuerza los lazos identitarios de los lugareños.

Este pueblo se encuentra delimitado por las avenidas Universidad, México-Coyoacán, Río Churubusco y Popocatépetl. Todas estas son grandes vías para automóviles propias de ciudades desarrolladas que no sólo cumplen con el rol de servir de paso para miles de autos diariamente, sino que también invisibilizan a Xoco. Plazas comerciales, tiendas, concesionarias de autos, edificios, conjuntos habitacionales, bancos y restaurantes impiden notar la existencia de este pueblo. ¡¿Cómo podrían los anhelantes del desarrollo y lo moderno permitir que en una zona comercial y moderna se vislumbre un lugar que exalta orgullosamente su pasado y que les estorba en su búsqueda de crecimiento?!

Desde hace un par de años Xoco sufre un proceso urbanizador que amenaza con extinguirlo. Las construcciones que más lo afectan son City Towers Grand, City Towers Coyoacán, Patio Universidad (plaza comercial) y principalmente, tanto por su dimensión como por su ubicación, el proyecto “Ciudad Progresiva” a cargo de la constructora IDEURBAN.

“Ciudad Progresiva” se realiza en los terrenos que servían como estacionamiento al Centro Bancomer, los cuales comprenden desde Río Churubusco hasta Real de Mayorazgo. El proyecto contempla un hospital privado, departamentos y torres de oficinas, que oscilan entre los 20 y 30 pisos, un supermercado y la torre Mitikah, un rascacielos de más de 60 pisos que pretende ser el más alto de México (en Xoco el límite permitido de pisos es de 3). Entre oficinistas y habitantes se prevé la llegada de más de 10,000 personas. Tomando en cuenta que los residentes del pueblo de Xoco son 3,500, esto significa que sólo uno de los  proyectos urbanísticos que se lleva a cabo en la zona va a triplicar la población del lugar; lo cual va tener repercusiones negativas directamente sobre los pobladores originarios.

El suministro de agua, ya insuficiente (problema que Xoco comparte con otras colonias de la delegación Benito Juárez y gran parte de la ciudad), tendrá que abastecer a muchos más usuarios. Lo cual no es únicamente un problema de abastecimiento sino de accesibilidad al recurso, pues mientras las nuevas edificaciones dirigidas a la clase media alta y alta tienen la infraestructura adecuada para que el insuficiente suministro del líquido no sea un inconveniente, quien no disponga de estos “lujos” tendrá que lidiar con la escasez cotidiana del agua. En este sentido puede hablarse de una exclusividad de la calidad del servicio vinculada directamente con una situación de clase específica.

En relación a los automóviles, “Ciudad Progresiva” tendrá lugar para estacionar 11,000 autos. Esto quiere decir que la afluencia vehicular en la zona incrementará de manera exponencial, lo que afecta a la zona de dos formas. La primera, y más evidente, empeorando el tránsito, en especial en horas pico. La segunda, frente a la necesidad de responder a este incremento, recordando la angostura de las calles del lugar, la empresa planteó la modificación del trazo original de las calles. Cuando mostraron la maqueta del proyecto a vecinos, alguno tuvo que preguntar: “¿y mi casa?”.

Ante las constantes quejas de los vecinos contra las constructoras por las molestias que les ocasionaban, un representante de IDEURBAN -cuenta un vecino del lugar- se acercó y les dijo: “no nos vean como sus enemigos, somos vecinos”. El grave problema es que todos estos nuevos “vecinos” que llegaron gracias al impulso del desarrollo que dan empresas y autoridades fomentan una situación de exclusión social. Lo anterior no sólo se da hacia adentro de estas edificaciones exclusivas de un sector privilegiado, sino que con su llegada se modifican las relaciones existentes en la zona. El costo de vida se dispara, predial, luz y agua aumentan sus costos. De esta forma, se lleva a cabo un proceso de expulsión indirecta de quien no pueda responder a este incremento. Así, una zona otrora popular se convierte en un lugar moderno, desarrollado y exclusivo.

Analicemos el incremento de servicios en la zona para entender lo innecesario y ridículo que puede llegar a ser el crecimiento. Si se pone a Xoco como centro encontramos que en menos de dos kilómetros a la redonda hay seis supermercados, tres Superamas, un Wal-Mart, un Sam’s Club y un Sumesa (los cinco primeros del corporativo Wal-Mart). La plaza comercial Patio Universidad se encuentra enfrente de Plaza Universidad que está a un kilómetro de otra plaza (Pabellón Universidad), además de estar en la misma manzana que Centro Coyoacán. El desarrollo en la zona se observa fundamentado en la lógica de la sobreproducción y el consumismo llevada al espacio.

Los pobladores de Xoco se han manifestado en contra de este proceso de urbanización. Siguiendo los lineamientos legales, acudieron a las instancias pertinentes haciendo los debidos trámites. Fueron ignorados. Frente a esta situación, sumaron acciones como toma de calles y clausuras simbólicas. En todo momento las constructoras se han visto beneficiadas con el fallo de las autoridades, las cuales han variado su actitud hacia los vecinos de Xoco, entre la indiferencia y la represión.

Contemplando todo lo anterior, el desarrollo y la modernización en la ciudad son impulsados por unos cuantos imponiéndolos a todos los demás como la forma correcta de vivir, aunque sus beneficios sean para la minoría. Esto ajustándose a requerimientos de un sistema económico sin límites, mientras que los cambios deberían orientarse a la satisfacción de las necesidades concretas de la sociedad. De esta forma, se puede decir que el desarrollo en la ciudad se ve como torres de departamentos para vivir apilados, que fácilmente pueden ser catalogadas como contaminantes visuales; se siente, además de costoso, excluyente; se escucha como maquinaria pesada y embotellamientos viales; y, además, huele a basura.

 


[1] Pasante de la carrera de sociología y ayudante de profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Actualmente efectúa su tesis de grado haciendo un estudio de caso sobre la urbanización en el pueblo urbano de Xoco. Contacto: ymsocio@hotmail.com

There are 4 comments

  1. City Lover

    No huele a basura. Hubo un punto en el que leía este ‘analisis’ y quise sacar mis globos oculares con una cuchara, así que mejor deje de leer.

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