El filósofo y el maestro zapatistas

Por Raúl Romero en colaboración con la Agencia SubVersiones
Fotografías de Heriberto Paredes

 

Es 2 de mayo del 2015, apenas hemos rebasado el medio día. La geografía es el Caracol de Oventik, territorio rebelde zapatista en el estado de Chiapas, México. A lo lejos suena Latinoamérica de Calle 13, la estrofa que dice «no puedes comprar mi vida» nunca ha cobrado más sentido. Con la canción, un grupo de milicianos e integrantes del Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) comienzan a marchar. Sus pasos se escuchan fuerte y sus movimientos están perfectamente sincronizados.

El contingente llega hasta las puertas del Caracol, donde reciben a los familiares de Luis Villoro Toranzo, a los familiares del maestro zapatista Galeano y a una representación de los familiares de los 46 estudiantes ausentes de Ayotzinapa. Luego de saludarlos y abrazarlos, el contingente adopta una nueva formación en la que los invitados especiales y familiares de los homenajeados quedan al centro.

Fotografía: Heriberto Paredes

Fotografía: Heriberto Paredes

Ahora suena Como la cigarra, canción de María Elena Wels inmortalizada por Mercedes Sosa. Al mismo tiempo, los milicianos e invitados marchan, ahora, hacia el templete mientras son abrazados y ocultados por la neblina. Luego se abren las puertas del Caracol y el resto de los asistentes entramos. El homenaje ha comenzado.

Ya en el templete, el comandante Guillermo se hace cargo de dirigir la ceremonia. El primero en participar es el comandante David, quien lee el mensaje que envió Pablo González Casanova, quien afirmó que, frente ciertos retos o desafíos, su compañero de estudios, don Luis, le había dicho que muchas veces «la respuesta no es lógica sino ética». Luego toca el turno a Adolfo Gilly, quien se encarga de resaltar la importancia de la obra de Villoro y la utilidad de ésta para las resistencias de los pueblos originarios así como las reflexiones sobre un tipo de pensamiento «encubridor».

La cuarta en participar es Fernanda Navarro, compañera sentimental de Luis Villoro al momento de su muerte. Emocionada, cuenta su relación con Luis y el EZLN, al tiempo que dibuja algunos conceptos e ideas centrales en el pensamiento de Villoro y de ella misma. Cuenta así, cómo la concepción de la muerte de los pueblos indígenas le ha servido para entender la muerte de don Luis como una partida y no como una pérdida.

Fernanda lleva consigo dos rebozos, uno lo regala a la familia del maestro zapatista Galeano y el otro a doña Bertha Nava, mamá de Julio César Nava, estudiante de la Normal Rural «Raúl Isidro Burgos», asesinado por el Estado la madrugada del 26 al 27 de septiembre de 2014. El rebozo, dice Fernanda, es símbolo de que sus dolores y sus luchas se abrazan.

Fotografía: Heriberto Paredes

Fotografía: Heriberto Paredes

Finalmente, con el llanto desbordando por sus ojos, Fernanda Navarro cuenta que han decidido que las cenizas de Luis Villoro Toranzo serán enterradas en el Caracol de Oventik en un árbol que está por asignarse.

El siguiente en ocupar la palabra es Juan Villoro, hijo de Luis. Juan va hilando recuerdos de infancia con reflexiones sobre el movimiento zapatista de hoy. Señala cómo, mientras los de arriba se compran «casas blancas» y creen que Tijuana y Monterrey son estados, los pueblos zapatistas han construido alternativas reales, mundos posibles.

Posteriormente tocó el turno al Subcomandante Insurgente (SCI) Galeano, quien adoptó este nombre para dar vida y rendir homenaje a José Luis Solís López, mejor conocido como maestro Galeano, asesinado por paramilitares de la CIOAC-Histórica el 2 de mayo de 2014.

Subcomandante insurgente Galeano. Fotografía: Heriberto Paredes

Subcomandante insurgente Galeano. Fotografía: Heriberto Paredes

El SCI Galeano leyó un texto escrito por el hoy difunto SCI Marcos, en el que se contaba la historia de cuando Luis Villoro pidió insistentemente su incorporación al EZLN. «Quiero entrarme de zapatista» le dijo el filósofo mexicano –por elección– al vocero de la organización. En el texto Marcos también dejó constancia de cómo Luis Villoro pidió, para desempeñar su tarea como zapatista, seguir siendo Luis Villoro, pues de esta forma nadie sospecharía que él era zapatista y podría cumplir las funciones que le había encargado el EZLN: el de Posta.

Pero ya está: lo tengo ya dado de alta en la unidad especial. Ahora es para nosotros el colego Luis Villoro Toranzo.

Ya le expliqué que, por nuestro modo, le diremos sólo «Don Luis», así que creo que sólo falta darle la bienvenida y asignarle su trabajo.

El ya compañero zapatista Luis Villoro Toranzo se puso de pie y, con admirable prestancia, en posición de firmes saludó al oficial.

¿Y cuál será el trabajo que se le asignará? alcancé a preguntar en medio de la bruma de mi confusión.

Pues el que le toca de por sí: la posta, dijo el otro y se marchó.

Casi podría aventurar que Juan, Fernanda y quienes ahora me escuchan y me leerán después, han recibido estas palabras como una más de las fantásticas historias que pueblan las montañas del sureste mexicano, remontadas una y otra vez por escarabajos, niños y niñas irreverentes, fantasmas, gato-perros, lucecitas titilantes y otros absurdos.

Pero no. Es hora ya de que sepan que don Luis Villoro Toranzo se dio de alta en el EZLN una madrugada de mayo, hará ya muchas lunas.

Su nombre de lucha fue «Luis Villoro Toranzo» y en la comandancia general del EZLN lo conocíamos como «Don Luis» por razones de brevedad y eficacia.

El lugar fue en el cuartel general «Cama de Nubes», donde dejó guardada su camisola marrón para los regresos en los que incurrió varias veces antes de fallecer.

Fotografía: Heriberto Paredes

Fotografía: Heriberto Paredes

En la misma participación, y vinculando siempre a Luis Villoro, el zapatista, con el maestro zapatista Galeano, el SCI Galeano leyó unas notas sacadas de la libreta que llevara José Luis Solís López. Ahí se narraba cómo la organización Unión de Ejidos de la Selva y otras organizaciones de todo México habían lucrado con la necesidad de muchos campesinos, de cómo los «líderes» suplantaban a las organizaciones y terminaban corrompiéndose y tranzando, siempre en perjuicio de quienes decían representar.

En su libreta, el maestro zapatista Galeano narra como se fue vinculando al EZLN, estableciendo fraternas relaciones con el Subcomandante Pedro –asesinado el 1 de enero de 1994– y con el Capitán Insurgente Z, a quien antes había conocido como un supuesto vendedor loros:

Fue cuando en el 89, conocí a un verdadero asesor, a un hombre que se hacía pasar como un humilde chambeador vendedor de loros. Él y yo ya casi éramos amigos, pero a pesar de que ya nos conocíamos, nunca me había dicho quién era y qué era lo que realmente quería y hacía. Muchas veces nos encontramos en el Cerro Quemado, platicábamos y yo veía que llevaba mochila pinta, como le llamamos nosotros, y envueltas llevaba sus herramientas de trabajo. Eso era lo que mi amigo me decía. A cuántas gentes como yo sabían el cuento de mi amigo sin saber la realidad, que estaba por verse cuántas mentiras decía mi amigo en aquel tiempo. Mentiras para hacer verdad, mentiras para hacer Realidad, mentiras verdaderas. Era mi cuate, yo tan torpe que no entendía lo que estaba pasando.

Hasta que un día me topé nuevamente con mi amigo, pero esta vez ya no estaba vestido de humilde chambeador, y ni cargaba mochila pinta y tampoco llevaba jaula de loros.

¿Qué era lo que llevaba entonces? Verán, pues allí estaba mi amigo, mi cuate, todo de negro y café, con mochila y zapatos, y un arma en los hombros. Resulta que mi amigo era un valiente guerrillero y soldado del pueblo. Me quedé sorprendido, y me regresé todo triste y aún sin comprender lo que allí está pasando.

Fotografía: Heriberto Paredes

Fotografía: Heriberto Paredes

El homenaje a Galeano, el zapatista que se volvió maestro, continuó con la participación de una de sus alumnas, la compañera Selena, quien expresó que «el compañero Galeano, para nosotros, fue y será un hombre verdadero que sí supo pensar por nosotras y nosotros los indígenas en todo el mundo. Él no nada más lucho para él y su familia, luchó para todos nosotros. Así deberíamos de luchar nosotros como él lo hizo, él mostró su ejemplo, sus ideales, sus ideas a nosotros, él nos mostró cómo ser rebelde en la lucha».

Su hija, la compañera Lizbeth, pasó también a compartir unas palabras: «él nos dio todo el derecho de hacer los trabajos de la lucha y nos decía: para poder hacer los trabajos de la lucha hay que ocuparte también en la familia, o sea también en las dos partes, porque sabía cómo sostener en la familia y haciendo los trabajos que él tenía en la lucha. Y así, por eso le tenían envidia esos asesinos de La Realidad».

Fotografía: Heriberto Paredes

Compañera Lizbeth, hija del maestro Galeano. Fotografía: Heriberto Paredes

Por su parte, Mariano, hijo también del maestro zapatista, expresó que «él era un hombre que respetaba a la gente, que entendía las razones y el sufrimiento de la gente, digo esto compañeros porque yo muchos años estuve con él, yo tengo 18 años y yo viví siempre con él, en cualquier trabajo que hacíamos en la familia».

Con éstas y muchas más palabras, del compañero Manolo, originario de Nueva Victoria (lugar donde vivía Galeano) y del SCI Moisés, terminó el homenaje. Como último acto se cantó el himno zapatista y poco a poco, quienes asistieron a este sentido acto de memoria y reconocimiento, fueron desplegándose hacia la parte superior del Caracol, listos para regresar.