Sírvase levantar la mano (crónica en el XIX aniversario de la CRAC-PC)

Por Jaime Romero
Fotografías de Cristian Leyva
Video de Radio Zapata

Oye, ¿no te da un poco de miedo ir a Guerrero en estos días? me preguntó Alejandro y se fue a sentar hasta el fondo de la camioneta. Ya eran las cuatro de la mañana y estábamos listos para arrancar. La verdad no lo había pensado, le dije, y me senté junto a la ventana, ¿a ti sí? Se me quedó viendo y su silencio me hizo sentir un desasosiego momentáneo, como si me callera una tarántula en el cuello y me entrara por la camisa.

Ya en la carretera, mientras amanecía, nos fuimos recordando viejas historias de trabajo que nos conectaban en un mismo hilo de sangre. Así llegamos a Chilpancingo. En la casa de unos compañeros de allá, comimos tortas de frijoles con queso y chiles chipotles, además de una reconfortante taza de café. En menos de media hora, nos organizamos en caravana y salimos rumbo a Santa Cruz del Rincón, donde sería el aniversario de la Policía Comunitaria de los pueblos fundadores. Oigan, dijo Teresa, una compañera prudente, y ¿qué vamos a decir si nos para algún retén del ejército? Creo que nadie lo había pensado. Pues que vamos a la playa, contestó el que iba manejando. ¿Por qué no decir la verdad?, dije. Es sencillo, dijo Martha, otra compañera prudente, mientras se acomodaba en su asiento, decir la verdad es correr el riesgo de terminar en una narco fosa o en la cárcel. No insistí y, sintiendo el miedo ganar terreno en mi cabeza, saqué un libro y me desconecté un rato.

Fotografía: Cristián Leyva

Fotografía: Cristián Leyva

El calor y la desvelada se dejaban sentir mientras cruzábamos los pueblos antes de llegar a Marquelia. Se sentía el olor del mar entrar por las ventanillas y el aire nos iba pegando en la cara. En el camino encontramos sólo dos retenes y ninguno nos detuvo. Ahí estaban los militares con una bandera anaranjada que nos daba el siga. Al llegar a un puesto de dulces y frutas al lado de la carretera, nos bajamos a estirar las piernas, tomar agua y enchilarnos con los famosos tamarindos con camote y chile. En ese momento, al sentir el buen ánimo de los compañeros, pensé en que tal vez el miedo era una ilusión. Una ilusión que era alimentada por las noticias. Aunque era verdad, algo siniestro se había instalado en Guerrero; pero no era el territorio y sus cielos despejados; tampoco eran los habitantes y sus costumbres sureñas; era la ambición depredadora de la clase política mexicana y la impunidad que hace peligrosos a los militares, a los policías y demás sicarios.

Al entrar a Santa Cruz del Rincón, ya se miraban pintas de «Fue el Estado. Faltan 43» y «Vivos se los llevaron, vivos los queremos», entre otras. Bajamos de la camioneta y poco a poco nos unimos a las mesas de trabajo que ya estaban por presentar sus resultados. En la cancha de basquetbol habían otras mesas donde estaban dando de comer caldo de res. Era como una fiesta. Los músicos de una banda tocaban sus tambores y trompetas, mientras varios policías comunitarios comían entre niños y gente del pueblo. Las cocineras sonriendo repartían tortillas hechas a mano. Yo tomé un plato de caldo, le puse cebolla, chile verde picado y medio limón, así me fui a sentar junto a un grupo de policías comunitarios que se contaban chistes o algo así. Buenas tardes profe, me saludó uno de ellos. Buenas tardes, contesté y sentí un poco de vergüenza porque no me acordaba de su nombre, pero sí de su cara. Va a estar buena la discusión ahorita, me dijo otro policía mientras se le iluminaba la mirada de emoción ¿De qué se va a hablar?, pregunté. Sobre el trabajo con otras organizaciones, contestó otro, se va a dejar en claro el apoyo que les brindamos a los estudiantes de Ayotzi. Al terminar de comer, llevé mi plato a la cocina y me fui a sentar al frente de la mesa del presidio.

Casi a las cinco de la tarde, el espacio designado para la plenaria –sillas frente a la comisaría ejidal– se empezó a llenar poco a poco. Después de algunas participaciones, le tocó el turno a una autoridad con bigote y guayabera. Con una voz suave, empezó a hablar sobre la posición de la Policía Comunitaria respecto al caso de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa.

¿Dónde está el punto que nos une? No son sólo los 43 muchachos nada más. Son muchos miles. Que no se nos olvide la anciana asesinada y violada por el ejército. Que no se nos olviden los asesinatos del Charco. Las fosas repletas en Durango. La masacre de los 72 migrantes en Tamaulipas. Eso nos une. Pero no son sólo las muertes en Guerrero y México. Es en todas partes. Ya es mucho. No puede ser posible que haya tanto político millonario mientras nosotros tenemos todo tipo de carencias. Tanto cacique. Tanto enfermo mental gobernando. Y no se diga de la televisión: gente mentirosa en la pantalla que con los micrófonos en la mano son muy peligrosos. ¿Cuánto le estamos dando a Coca-Cola y la Corona? ¿A dónde se va todo ese dinero? ¿Por qué no mejor le compran a la señora del agua y hacemos una economía propia? El dolor nuestro es de todos. El dolor de ustedes es de todos. El dolor y la alegría nos unen. Se trata de participar con alegría y alejarnos del dolor. Pero eso no se puede solos. Se trata de hacer de todos la vida de todos. No salir adelante uno primero, sino todos juntos. Ayotzinapa es la gota que derrama el vaso de tanta porquería. Hay que estar unidos y organizados. Esa es mi palabra, gracias.

Al terminar su participación, me quedé pensando en el miedo que sentía mientras venía. La realidad era otra. Bueno, la realidad también son los asesinatos; eso, sin duda, es cosa de miedo. Pero también está la fuerza organizativa de las comunidades. El valor y la rabia. En eso estaba, cuando tomó el micrófono otra autoridad.

Bueno, acabamos de escuchar la participación del compañero. Los que estén de acuerdo en apoyar a los compañeros de Ayotzinapa con organización, valentía y buenas ideas, sírvanse levantar la mano.

Fotografía: Cristián Leyva

Fotografía: Cristián Leyva

Las manos se levantaron casi al mismo tiempo. Yo no sabía si levantar la mano o no. No porque no me dieran ganas, sino porque no me sentía parte de las comunidades. ¿Qué se necesita para ser parte del pueblo? No lo sé. Pero me hice un llamado a pulcritud y me quedé mirando, aunque con el corazón levantado. Luego de dar las gracias, se puso a hablar otra autoridad.

Si hay voluntad, todo se puede. Si hay ganas, todo se puede. No se puede negociar con el gobierno, porque con ellos todo tiene un precio. Mejor entre nosotros, pero con voluntad. Ya no íbamos a hacer el aniversario, pero no faltó quien dijo que ponía algo: cien pesos, mil, y hasta una gallina. Como en esta mesa nos llevamos todos, pues cabemos todos, pero si no nos lleváramos, pues no cabríamos ni dos en el mismo pueblo, como en las películas. La voluntad de participar es nuestra fuerza. Las armas de alto poder no son importantes. Lo importante es la participación. La Policía Comunitaria no es la única responsable de acabar con la delincuencia. Lo que importa es la organización del pueblo. Por eso el narco no entra a los pueblos. Si le dejamos el trabajo a la Policía Comunitaria y la equipamos con las mejores camionetas y armas de alto poder y nos olvidamos, entonces sí, el narco entrará. Se enfrentan y habrá muertos. Porque no son las armas las que paran al narco. Ése es su lenguaje. Su idioma son las balas. Pero si nos organizamos, entonces no pasarán. Porque a lo que le tiene miedo el narco no es a las armas sino a la organización. Entonces se necesita la participación de todos.

Esa participación me hizo levantar la cara y mirar las nubes que pasaban velozmente y se juntaban en las montañas que partían el paisaje de ese pueblo. Pensé en la costumbre milenaria de cuidarse unos a otros, más que poner a la policía como cuidadora. Pensé en la infinita ola de violencia que ha venido sufriendo la gente más pobre del país. Pensé en los niños y niñas que van a la escuela con suéteres y zapatos rotos. Pensé en la insultante casa blanca del presidente y su familia y el contraste en que vivimos los demás. En esas estaba, cuando volvió a tomar la palabra una autoridad.

Bueno, acabamos de escuchar la participación del compañero. Los que estén de acuerdo en vencer el miedo y organizarse con voluntad y buenas maneras más que con armas, sírvanse levantar la mano.

Las manos se levantaron todas. Tal vez fue la inercia o la emoción o no sé qué, pero sintiendo un enorme amor y respeto por el trabajo de la Policía Comunitaria, me serví levantar la mano y, al menos por esos momentos, «vencer el miedo».

There is one comment

  1. perita pedinche

    es cierto el miedo paraliza y la costumbre a la impotencia ha hecho que nos refugiemos en un ostracismo que nos separa de los demás, sin embargo la idea de la pertenencia a un grupo nos va abriendo la posibilidad de salir primero del ostracismo y en segunda de perder el miedo y sumarnos a la construcción de una mejor vida pero en conjunto con las experiencias que como pueblo se han registrado a lo largo de la historia.

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