El canto campesino

Tengo las manos vacías de tanto dar sin tener
¡Ay qué puedo yo hacer!, si así son las manos mías
Y no te asombres si mis manos están vacías
Pero qué voy a hacer si así son las manos mías…

Rumba zen, Kozen Shanga
Cuba, marzo 2014

 

Zé de Paes

El relato es preciso, las partes que van delineando su vida son situaciones que pasan a millones de personas en Brasil, se trata de circunstancias vividas por mucha gente antes. Su palabra es muy ágil y en pocos minutos Don José Paes Floriano hila sus 68 años de existencia. Sentado en estas bancas hechas de llantas, pantalones largos y sandalias azules, camiseta y nada más.

Nacido en Minas Gerais en 1945, trabaja toda su infancia y juventud en diversas haciendas, vive junto con su familia en una constante indigencia, la pobreza amenaza a sus hermanos y su padre se rompe el lomo, tal y como millones de campesinos. La vida casi nómada hace que no tenga sino la conciencia de muchos que no son poseedores de tierra alguna, mucho menos de una vivienda digna. «En aquella época había una forma de vivir en Brasil en donde tú te agregabas, vivías de agregado, o sea, a veces las haciendas tenían un pedacito de tierra donde podías construir una casa pequeña y tenías una parcela que podías trabajar para sobrevivir. Nosotros éramos cuatro hijos y mis padres, Miguel Paes y Ana María de Jesús. En un parto de dos gemelas, mi madre murió y dejó a las pequeñas bebés».

La migración interna es una realidad que se vive aún hoy, la diferencia de un estado a otro es enorme. Para Don José la posibilidad de terminar con su errar se abre con un último cambio: la mudanza a Mato Grosso, donde –se rumora popularmente– hay tierras gratuitas y poca gente. Para la década de 1970, el joven campesino emprende el viaje no sin antes ver cómo su familia se reparte por diferentes lugares, muchos de los hermanos y hermanas no han vuelto a verse hasta ahora. Según sus propias palabras: «como mi padre no tenía mucha conciencia de todos sus hijos, unos eran muy pequeños y otros más grandes, decidió repartirlos en diferentes casas para asegurar su manutención, por eso algunos perdimos el contacto, sin embargo yo ya encontré a una hermana y sigo buscando a los demás».

«Recibí algunas clases en las diferentes haciendas donde vivíamos, no mucho pero sí algo para aprender a leer y escribir». Pese a lo duro de su vida, a Zé –como le conoce todo el mundo- le interesó siempre estudiar y formarse, hubo una pausa en este interés debido a la búsqueda de tierra en Mato Grosso y la necesidad de salir de la condición de miseria. «Al llegar pasé un tiempo deambulando a la expectativa de encontrar una tierra donde pudiera ocupar, participé en muchas ocupaciones y el tiempo fue pasando, me casé aquí y seguí en la búsqueda de la tierra». Es hasta 1997 que José recibe tierra gracias a la formación del segundo asentamiento del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) en el estado.

«Como yo tenía cierto nivel de escolarización busqué mejorar más, hice exámenes especiales para registrarme en la escuela. Fui avanzando hasta que terminé varios niveles y pude registrarme en la carrera de pedagogía» dice Zé con gesto orgulloso, mientras el calor aumenta a pesar de que estamos bajo una gran sombra que nos proporciona un árbol. Su caso es conocido por mucha gente porque la empresa de telecomunicaciones Globo, al hacer un reportaje sobre las personas que tenían dificultad para acceder a las escuelas, se encontró con él y lo grabó un poco.

La cadena televisiva quedó muy contenta con las primeras imágenes e invitó a Zé a un programa para que contara su historia; para el 2000, año en que se gradúa de la universidad, Globo había producido una transmisión especial sobre el fin de sus estudios. Las imágenes dieron la vuelta por todo el país y las televisoras locales ayudaron a ello. De un momento a otro, el campesino se había vuelto una estrella en todo Brasil. «Fue con esta fama que yo salí de una situación casi cero y llegué a un nivel superior».

Su militancia dentro del MST ha generado muchas expectativas sobre las posibilidades de mejorar sus condiciones de vida, aunque acepta que «ya han mejorado mucho»; ahora sólo se dedica a la agricultura y reside en el asentamiento conocido como «Margarida Alves». Se ha enfocado mucho a lo que él llama «educación espontánea» y con ello ha aprendido a componer y escribir música, lo que le ha cambiado la perspectiva definitivamente.

Para José, la música es un medio pedagógico que sensibiliza a las personas, ésta fue su hipótesis en la tesis que defendió; es a través de la música que mucha gente conoce la historia y se interesa por aprender más. Él canta canciones que hablan de la vida en los asentamientos, de la lucha campesina por una reforma agraria, de las experiencias vividas todos los días. Compone las letras y la música. Afirma que cada vez que canta hay mucha gente que se interesa por conocer más.

Un postal panorámica de Brasil

Pocos años antes de la dictadura militar, el gobierno de Juscelino Kubitschek desarrolló una estrategia nacional conocida como Plan de Metas, en la cual se contemplaba desarrollar una industria nacional, mantener la economía estable con una planificación continuada y, a partir de estos objetivos, lograr un desarrollo que llevara a Brasil a convertirse en la potencia regional por excelencia. Se destinaron recursos al sector energético para producir electricidad y energía nuclear, a la producción y refinamiento de petróleo, a la construcción de infraestructura de transporte, así como a la industria de base como la del cemento, el papel y el sector siderúrgico. (Zibechi: 2012, p.77)

En estricto sentido, esta tendencia no ha cambiado para 2014 y se han fortalecido estas líneas de una manera novedosa, aunque no por ello fuera del capitalismo o contrario a él. La dictadura militar estableció alianzas fundamentales que permitieron que el gigante sudamericano desarrollara no sólo un mercado interno sólido sino uno regional, principalmente en países de economías débiles como Bolivia, Paraguay y Uruguay. Las élites locales y la cúpula militar se aliaron para que este pacto con el hegemónico Estados Unidos pudiera ser posible; un grado elevado de autonomía era necesario para que el papel de Brasil no fuera el de una nación títere, todo lo contrario, debería convertirse en un polo de control fuerte que defendería intereses estadounidenses pero desarrollaría los propios.

Debido a esto, y tomando en cuenta que Estados Unidos y su hegemonía incuestionable van en franco declive, actualmente Brasil se alza, sin duda, como potencia. Siguiendo las investigaciones de Raúl Zibechi al respecto, hay que resaltar que no se trata de una potencia contrahegemónica que haya generado una alternativa no capitalista; es sobre todo una nueva potencia mundial que se presenta con una propuesta distinta a la neoliberal para desarrollar un capitalismo más eficaz.

Sin embargo, pese a este lugar preferencial y determinante, una situación compleja aún es diagnosticada en las discusiones sociales más acaloradas al interior de este país: la concentración de muchas tierras en pocas manos y la necesidad de una reforma agraria que no oculte el conflicto sino que lo aborde en beneficio de las clases populares.

Pocas respuestas positivas a esta necesidad se pueden esperar del gobierno de Dilma Rousseff. Ella mantiene una política continuista de la gran planificación nacional que tiene el Partido del Trabajo (PT) para llevar a Brasil a una posición de liderazgo a nivel mundial. En otro sentido, es la lucha popular la que ha logrado equilibrar, de alguna manera, esta contradicción respecto a la propiedad de la tierra. Es ahí en donde quiero poner el acento.

Cuiabá, capital de Mato Grosso y una de las cedes de la Copa Mundial de Fútbol. Fotografía: Heriberto Paredes

Cuiabá, capital de Mato Grosso y una de las cedes de la Copa Mundial de Fútbol. Fotografía: Heriberto Paredes

Desde los primeros años de la década del 80, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) ha sido, lo que en un lenguaje sencillo se conoce como una piedra en el zapato. Y una grande. Su lucha por la recuperación de tierras cultivables y ociosas ha sido constante hasta nuestros días, y ésta ha venido acompañada de un proyecto integral de vida que contempla todos los aspectos sociales posibles, desde la educación hasta la producción agrícola, pasando por la construcción de cientos de asentamientos en los que la vida intenta responder a otras premisas que las del mero capital.

Sin la lucha del MST, Brasil sería otro. Tal vez –y esto es una mera creencia luego de conocer varios movimientos sociales latinoamericanos– sería un país entregado totalmente al consumismo y al derroche energético, un país latinoamericano sí, pero también un país separado definitivamente, en rumbo e historia. No es así, y mucho se lo debemos a esta lucha que en treinta años de existencia ha sobrevivido a la oleada neoliberal que ha permeado en toda la región, a la represión sistemática, selectiva y masiva.

Este movimiento campesino, aunque no es el único que ha luchado por recuperar tierras, es uno de los principales referentes a nivel mundial; su nivel organizativo ha permitido que cientos de miles de hectáreas pasaran a manos de campesinos desposeídos que hasta entonces habían trabajado la tierra de haciendas y latifundios. Si a este aspecto se le suma la construcción, no sólo de escuelas sino sobre todo, de un proyecto educativo y productivo, tenemos un proyecto sólido, definido políticamente por la construcción de una sociedad socialista.

Brasil se encuentra en la víspera de la Copa Mundial de Fútbol, no hay mucha propaganda por las calles, ni en los periódicos, ni en la televisión, apenas unos tímidos locales ubicados en los centros de las ciudades recuerdan con sus souvenirs que falta muy poco para que inicie una de las mayores fiestas del gran capital. Sin embargo, las inversiones en construcción de estadios son excesivas, sin proporción alguna con las necesidades como hospitales, escuelas, la mejora de calles, alimentación, mejores condiciones de vida –afirma una joven que habita uno de los barrios periféricos a la ciudad de Cuiabá en el estado de Mato Grosso–.

Olga en el trópico

Olga Benário, mujer de tez blanca y cabellos negros, nacida en Münich en 1908, llegó a Brasil en 1934. Le sorprendió la luminosidad y el verdor de este enorme territorio, el calor terminó por convencerla de que aún no conocía nada del mundo y eso la motivó en una misión revolucionaria en un continente inhóspito.

Encomendada por el gobierno soviético y el Partido Comunista de Alemania, Olga viaja junto con un prestigioso revolucionario, el brasileño Luiz Carlos Prestes, para comandar la lucha contra la dictadura de Getúlio Vargas. Es la época en la que los partidos comunistas a nivel mundial siguen los lineamientos de Moscú pero también es la extensa época en la que los líderes comunistas, por lo menos en América Latina, brillan por su trabajo de base, por su militancia de 24 horas y por ser aquellas personalidades míticas que luego la cultura popular rescataría. Pienso en Julio Antonio Mella y en Miguel Mármol.

América Latina, durante los años 20 y 30, es una olla siempre a punto de reventar. En el mapa hay presidentes o dictadores tan disímiles como Lázaro Cárdenas, Anastasio Somoza (padre) y Getúlio Vargas. La lucha nacionalista es también parte de las identidades de las luchas comunistas y llevan a mucha gente, campesinos y obreros, a organizarse. Éste es el terreno en el que Olga aterriza.

Con un trabajo reconocido en Europa, Olga llega con toda la disposición y compromiso para contribuir a los trabajos que la revolución, por encima del partido, requiera. Sin saberlo, antes de su viaje transatlántico, cuando conoce la lucha que encabeza Prestes en Brasil antes de exiliarse, su vida va encaminándose a cruzar el Atlántico y a dejar un valioso ejemplo entre obreros y trabajadores que luchan contra el gobierno de Vargas. Y en adelante.

La primera ocupación del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en Mato Grosso ocurre el 14 de agosto de 1995. Es el comienzo de una serie de victorias que el movimiento ha tenido a lo largo de 20 años en este estado. Aunque no ha sido fácil avanzar en la recuperación de las tierras enajenadas por haciendas que son protegidas por un buen número de pistoleros.

Luego de muchas reuniones y el apoyo de mucha gente de otros estados (São Paulo, Minas Gerais y Río Grande do Sul), por fin pudo planificarse y llevarse a cabo la primera ocupación: 1,100 familias participaron y alrededor de 300 niños fueron sujetos de este primer episodio con el cual se desata la construcción de asentamientos y más ocupaciones.

No es fácil mantener un movimiento como éste. El MST se enfrenta a grandes y millonarios problemas, el agronegocio en el que se maquiniza la producción y se utilizan químicos de todo tipo para los alimentos, la presencia de grandes latifundios y de zonas de cultivo de soja transgénica. Sin embargo, gracias a la organización de base, se puede hablar de que –según cifras dadas a conocer en el contexto del 15 aniversario– para 2010 se habían desconcentrado alrededor de 200 mil hectáreas en las que viven cerca de 20 mil personas (sólo en este estado) en asentamientos construidos por ellas mismas y con el respaldo de toda la organización.

En particular, el caso de Mato Grosso está relacionado con el desarrollo de la educación, es decir con la respuesta que como movimiento se da a la demanda educativa. No es casual que en estas pantanosas tierras se encuentren poco más del 10% de las escuelas construidas por el MST. Existe una gran preocupación por resolver la necesidad de preparar y formar a las personas que trabajan la tierra, se trata de un asunto fundamental. Por eso no es detalle menor que el nombre de la militante alemana se recupere para nombrar, a su vez, un centro de formación. La razón última de este reconocimiento tiene su fundamento en el ejemplo que esta mujer brindó en cuanto a la acción de compartir sus valores revolucionarios a lo largo de su historia. Este vértice es el que hace posible el encuentro entre Olga Benário y el MST.

Fotografía: Heriberto Paredes

Fotografía: Heriberto Paredes

El encuentro

El camino desde la carretera no permite ver las construcciones que componen el Centro de Formación e Investigación Olga Benário Prestes, los matorrales están muy crecidos y forman una barrera a cada lado del camino de tierra roja. De un momento a otro el silencio se hace donde antes fuera el ruido de camiones de carga que pasan sin cesar día y noche, en ocasiones tan pesados que hacen retumbar el piso y levantan una gigantesca nube de polvo. Al terminar la caminata de casi un kilómetro, repentinamente aparece un conjunto de pequeños edificios de dos pisos, patios internos y explanadas con árboles que hacen sombra, tan apreciada por aquí.

Pequeña pero muy vistosa, una bandera roja con el símbolo del MST ondea en la entrada. Al llegar dejamos las cosas en la primera explanada y de inmediato nos indican las opciones para dormir, para comer, los baños, en fin todo lo necesario para una estancia confortable. El calor no cesa y están por terminar las sesiones de trabajo de la tarde.

Creado con el objetivo fundamental de promover la investigación, formación y capacitación de los trabajadores, en especial de los campesinos que viven en asentamientos y los que siguen en la lucha, este centro es un punto de encuentro de bastante relevancia. En una zona como ésta, contar con un complejo educativo que permita la estancia, la planificación y el desarrollo de procesos pedagógicos adecuados a las necesidades del MST y de la lucha en Brasil es, sin duda, un logro que no habría sido posible sin la conjunción de muchos esfuerzos.

Cuando salen los alumnos que siguen el segundo módulo del curso de profundización llamado «Organización socioeconómica y política de desarrollo territorial en los asentamientos de reforma agraria», un grupo de gente de lo más diverso da vida y color a los jardines de este centro. Entre estas personas está Zé. Resalta porque tiene el cabello cano y se nota que su edad duplica la de muchos que comparten el aula con él, pero también resalta por su caminar tranquilo, delgado y la mirada contenta.

«Yo no estudié porque creyera que la agricultura y la vida campesina fueran malas o insuficientes, yo estudié porque tenía ganas de aprender pero yo soy campesino, agricultor y estoy muy orgulloso de eso y de haber luchado por la tierra que ahora tengo» dice con firmeza Zé. Se le mira contento, seguro y con mucha tranquilidad. En él se concentran muchas cosas, la lucha por la tierra de la cual es un ejemplo vivo; la lucha por la demanda educativa también percibida en su vida misma; tal vez el lugar en donde nos conocemos sea un buen marco para pensar en esta síntesis testimonial. Alrededor de nosotros también conviven otras dos historias: la de Olga Benário y la del MST. Todas estas líneas abrevan de la necesidad de leer con mayor detenimiento los pasos de los integrantes de un movimiento que ha permitido mejoras sustanciales en la vida de miles de campesinos. Vendrán más historias y la posibilidad de contarlas en un contexto tan complejo y contradictorio como el brasileño. Los vértices de la formación de una potencia mundial.

Referencias
Morissawa, Mitsue, A história da luta pela terra e o MST, Editorial Expressão Popular, Brasil, 2008.
Salete Caldart, Roseli, Pedagogia do Movimento Sem Terra, Editorial Expressão Popular, São Paulo, 2012.Zibechi, Raúl, Brasil potencia, Bajo Tierra Ediciones, México, 2013.