Cuando pasar por un país se vuelve un viacrucis

Por Mario Marlo y Heriberto Paredes
Fotografías de Víctor Galindo, Lucero Mendizábal, Karla H. Mares y Mario Marlo
Video: Colectivo Sacbé

Al comienzo del periplo más de cuatrocientos migrantes centroamericanos marcharon de la casa del migrante «La 72» a las instalaciones del Instituto Nacional de Migración (INM) de Tenosique. Acompañados del fraile franciscano Tomás González y un grupo de activistas, los migrantes recorrieron las vías del tren conocido como «La Bestia» gritando consignas a favor de sus derechos humanos.

Al frente de la manifestación,  un grupo de niños que viajan con sus familiares, sostenían una manta que decía «Los niños también migramos».  Mujeres hondureñas caminaban con fotografías de familiares desaparecidos  mientras que al sonido de los tambores improvisados con botes de plástico acompañaban las consignas que los centroamericanos gritaban, «¡Ya vamos llegando, la migra está temblando!».

Fray Tomás González, en una de las primeras paradas frente a centros migratorios de reclusión, exigió el cambio de política migratoria: «Estos son centros carcelarios, a los migrantes los tienen semidesnudos, sin comida. La política migratoria para frenar, para controlar, dictada por la política migratoria de los Estados Unidos, la que está diseñada para matar.» Criticó la función de los más de 60 centros de detención del INM que se encuentran en México, los tres más grandes ubicados en el sur del país.

Además pidió la desaparición de las estaciones del INM, donde denunció que se humilla a la gente: «Exigimos una organización que en verdad solucione el fenómeno de la migración en México», expresó el fraile.

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¿Qué pasa con México? Durante la década de los años 70 y 80 existía una cierta fama, una reputación construida de manera contradictoria sobre la posibilidad de refugiarse en suelo mexicano. Muchas personas que venían huyendo de las dictaduras a lo largo de la región latinoamericana, encontraron en México no sólo asilo político, también una sociedad que «los aceptaba», los volvía parte de la familia. Muchas historias hay sobre la gran cantidad de salvadoreños que se establecieron en Puebla mientras la violencia de la guerra civil azotaba aquel país. Otros tantos relatos casi míticos se pasan de voz en voz entre los jóvenes universitarios:

—Mi papá es chileno, llegó huyendo de Pinochet y la dictadura.
—Y…¿quién es Pinochet?, ¿qué dictadura?
—Mi mamá era estudiante en Buenos Aires y por sus opiniones fue perseguida por la dictadura. México le dio asilo y desde entonces da clases acá en la facultad.
—Pues está bueno que se haya venido para acá, aquí siempre hay lugar y yo creo que está encantada con la comida y las playas, ¿no?

Pues sí, suceden dos fenómenos que a largo plazo permitieron que la matanza de migrantes fuera posible: en México recibimos con mucho gusto a los extranjeros, pero nos interesamos poco en conocer sus orígenes y de verdad sensibilizarnos; en segundo lugar, no es lo mismo ser migrante por razones políticas (como si la falta de condiciones para una vida digna no lo fuera) y venir del Cono Sur, que ser centroamericano o haitiano o senegalés o «asiático» y pasar por México para ir a Estados Unidos. También entre los migrantes hay diferencias, se dirá por ahí.

El gran trabajo fotográfico lo dice todo al mostrar a cientos de seres humanos, que sin importar su color de piel o su estatus en los países de origen, caminan con la frente en alto y exigen –no es posible menos– libre tránsito por este país. Es lo menos que puede hacer el Estado, otorgar esa «concesión» y permitir que el paso deje de ser un viacrucis, una tortura.

El duro recorrido desde la frontera sur es lo que las imágenes denuncian: una pesada y desgarrada cruz.

En alguna ocasión en que las pláticas de vecinos tocaban temas complejos, Óscar Martínez me dijo algo que no se ha apartado de mi cabeza desde entonces: «trata de imaginar de qué infierno huyen los migrantes que están dispuestos a pasar por éste para lograr una vida mejor». Con esa realidad basta para hacernos salir de nuestro papel de indiferencia y reaccionar, debería ser suficiente el ver a estos «migrantes» para caminar junto a ellos y escucharles, luchar con ellos para lograr un libre tránsito y el fin definitivo del martirio que significa el paso por México.

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Por fin, como dice fray Tomás, los migrantes se cansaron de tantas tragedias y la decisión de caminar hasta la Ciudad de México es una muestra de que han decidido tomar en sus manos su propia lucha para cambiar lo que ahora es olvido, desprecio y muerte. Es un honor poder ser testigos de este proceso y que se pueda registrar junto a ellos esta lucha.

There is one comment

  1. Santiago González Velázquez

    Ni hablar… Hemos perdido, nuestra hospitalidad de antaño ejemplar..Olvidamos que todos los hombres tenemos derecho de transitar libremente por cualquier lugar del mundo…Olvida,os también que todos somos migrantes en algún momento de nuestra vida..

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