Movimiento, que chido movimiento: a 15 años de la huelga en la UNAM

¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga! 

En la víspera del estallido, la explanada de Rectoría iba llenándose cada vez más. Cientos y luego miles de estudiantes llegaban poco a poco luego de terminar los procesos de consulta en sus facultades, institutos y centros de investigación. Aún quedaban algunos puntos indecisos, sobre todo la facultad de Derecho. Las islas eran una fiesta y las barricadas en los accesos a la Ciudad Universitaria se levantaban casi de manera automática. Casi nada faltaba para dar por iniciada lo que fue una de las mayores huelgas en la historia del movimiento estudiantil, lo que fue, como no quieren decirlo ahora, una huelga victoriosa en su demanda principal.

Súper Huelga corría eufórico entre la gente mientras alguien izaba la bandera rojinegra en la explanada de Rectoría. Hubiera sido genial ver la cara de Francisco Barnés de Castro, rector en aquel momento, al confirmar que realmente los estudiantes estaban tomando las instalaciones para estallar una huelga. Escuela política para muchos, tumba laboral para otros. Su sucesor, Juan Ramón de la Fuente, no pudo menos que asustarse al ver que el conflicto se prolongaba y decidió utilizar la fuerza pública para detener “el problema universitario”.

15 años han pasado ya de aquel 20 de abril. A nuestra corta edad muchos ya estábamos ahí, invisibles entre tanta gente que tenía una trayectoria en la militancia social, personas que iban compartiendo iniciativas y formas, no siempre las mejores nos dirían los acontecimientos posteriores y las reflexiones que luego vendrían. Es difícil hacer un balance equilibrado de aciertos y desaciertos respecto a las decisiones tomadas por el Consejo General de Huelga, sobre todo pensando en las dos facetas que había que vivir durante mucho tiempo: fuertes y unidos al exterior y con fuertes escisiones y posturas encontradas al interior. Sin embargo, quedan los hechos para confirmarlo, la universidad continúa siendo gratuita.

Si no se podía conducir abiertamente a la UNAM hacía una universidad “moderna”, “adecuada a los nuevos tiempos”, el caballo de Troya del capitalismo y las reformas neoliberales llegarían de otra forma. Y ese fue precisamente un punto flaco que no supimos ver dentro del movimiento estudiantil. Luego de ganar la demanda principal y cancelar el Reglamento General de Pagos, ¿qué haríamos para mantener el perfil popular de la universidad, para evitar que como hoy, se convirtiera en un refugio apático? Finalmente, el Congreso Universitario nunca tuvo lugar y nunca hemos podido tomar muchas decisiones en la estructura de dirección de la casa de estudios. Y no se trata solamente de tomar un puesto, se trata de transformar la universidad para que no perdure la faceta priísta que ahora continua viva.

Porque lo que también aprendimos durante la huelga fue que nuestra escuela, nuestra facultad, nuestro espacio y los demás pertenecientes a la UNAM eran controlados por funcionarios –muchas veces grises burócratas- que tenían grupos de poder, tendencias y carreras políticas, así como objetivos personales. Aprendimos que si en alguna medida la universidad es un reflejo de la sociedad mexicana es sobre todo en lo que respecta al cáncer del poder. La metástasis priísta está también presente, no digamos ya las corrientes afiliadas a los demás partidos.

¿Y dónde quedó aquella idea de que la universidad, como institución y lugar de conocimiento, debe servir a la sociedad que la produce y reproduce? ¿De dónde sacamos los cegeacheros que la UNAM debe de aprender a resolver necesidades sociales relacionadas con la justicia y la libertad? ¿Demasiado soñadores? ¿Demasiado inocentes? Lo cierto es que miles de estudiantes coincidimos en que no podíamos permitir que esa lucha incierta se diera sin pelea alguna, sin resistencia. Por eso las preparatorias, los CCH’s, las facultades y todas las instalaciones se convirtieron en barricadas, en verdaderas aulas de aprendizaje (había que empezar por cocinar para mucha gente y limpiar siempre, mantener las comisiones más o menos funcionales), en trincheras desde las cuales se producía una vida alegre y bastante más combativa de lo que la hipócrita opinión pública esperaba.

Los estudiantes salíamos a marchar, salíamos a hablar con la gente en los mercados y en el transporte público, hacíamos mantas, discutíamos en las interminables asambleas y también jugábamos cartas, teníamos las consolas de videojuegos junto a nuestros sacos de dormir, había libros como también había fiestas. No era para nada un movimiento acartonado, obscuro y ortodoxo. Éramos los jóvenes que terminábamos el siglo con una pesada incertidumbre, con la certeza de que no podíamos sino arriesgar, al fin de cuentas no había nada que perder y mucho que ganar.

Fue la época de los conciertos masivos, de las marchas en las que muchos salimos pintados rojinegros de la cara y el cuerpo. En aquel movimiento recibimos muchos apoyos de los sindicatos menos corruptos, de campesinos y obreros sin nombre pero con mucha dignidad, de nuestras familias y las de nuestros compañeros de huelga. Recibimos las palabras del EZLN y el desprecio de los medios de comunicación. No teníamos buena fama y seguimos sin tenerla. Por supuesto me refiero a los miembros del CGH, los sucios paristas que teníamos “secuestrada la universidad”, porque actualmente -si tienes la fortuna de ser uno del 9,1 % que logra ingresar a la universidad- está de moda  estudiar en la UNAM, y claro, ser parte de la élite. ¡Cómo cambian las cosas en el gatopardismo!

No éramos profetas pero…

Los huelguistas de hace 15 años en la UNAM, dijimos que el PRD estaba lleno de personajes deleznables. Por eso se nos descalificó incluso en medios «de izquierda». Hoy a muchos de los que nos lanzaron anatemas les da pena reconocer que forman o formaron parte de dicho partido.

Rosario Robles, René Bejarano, Carlos Imaz, Chucho Ortega, Jesús Zambrano, entre otros, ya eran parte sustantiva de aquél engendro. Algunos lo siguen siendo, otros cayeron en desgracia, otros más se fueron al PRI. Recuerdo que en aquél entonces, Robles era uno de los orgullos más grandes de la izquierda electoral, «una mujer que si tenía pantalones» decían. Hoy como todos saben, ella trabaja para Enrique Peña Nieto.

También indicamos que la putrefacción estaba extendida hacia todos los partidos políticos. Posteriormente algunos despistados pensaron que incluso el PAN era una mejora respecto al PRI. ¿Hoy dirían lo mismo?

Defendimos la educación pública en una época en que todo se estaba privatizando y aparentemente no había fuerza que lo pudiera evitar. Hoy incluso, ante la nueva andanada, parece que no la hay. Pero nosotros ganamos a pesar de perder. Porque la UNAM sigue siendo gratuita. Hoy su rector, el doctor José Narro Robles, exige que se le entregue mayor presupuesto a la institución y hace apología de la educación pública.

Los conflictos que tienen los estudiantes en países como Estados Unidos o Chile, para pagar sus onerosas becas-crédito, con las que financian su educación, apuntan a que nuestra paranoia no era tal y que la modificación al reglamento general de pagos en aquél entonces, bien pudo ser el inicio de un viraje hacia dicho modelo. Nosotros preferimos no averiguarlo.

Por supuesto cometimos muchos errores, pero ya se ha hablado mucho de ellos por parte de nuestros detractores y se seguirá haciendo, porque magnificándolos se hace la historia que le conviene al poder. No vamos a negarlos, me basta con decir aquí unas cuantas verdades que los primeros no invalidan.

Nuestra historia

Hace 15 años nos hicimos de muchas cosas, de las instalaciones de la UNAM, sí, pero también de muchas otras. Nos hicimos de nuestra historia, y de nuestro espacio y levantamos un enorme NO ante la toma de una decisión que no nos consideraba. Nos hicimos también de la frustración que nace de los malentendidos y de la tristeza de ver como con el tiempo no se llega a acuerdos, sino a escisiones. Nos hicimos de las náuseas de ver como los que teníamos junto, se vendieron y adecuaron su discurso para caber dentro del gobierno. Nos hicimos de incondicionales, de amigxs que con el paso del tiempo parecen no desaparecer y hasta perseguirnos. Nos hicimos de la emoción de sentir a los que estaban de nuestro lado, especialmente cuando eran desconocidos. Nos hicimos de una universidad que gracias a ese movimiento, sigue siendo gratuita. Nos hicimos de eso y más, en carne propia, día a día.

Al terminar la huelga, haber sido parista era algo que no se podía decir en voz alta sin despertar de menos un reproche o una discusión. El estigma de haber sido de «lxs huevonxs» que secuestraron la UNAM se fue borrando poco a poco, y la huelga dejo de ser el tema principal en las conversaciones dentro de las escuelas.

Hoy, la mayoría de los comentarios sobre la huelga conceden que gracias a ella se consiguió que la UNAM siguiera siendo gratuita. Sin embargo, parece que el discurso que apelaba a  «ponerse a estudiar», y no el de organizarse y actuar, ha ganado el terreno.

15 años parecen un buen pretexto para repensar lo que cosechó el movimiento del 99, ¿Qué hicimos con lo aprendido?, ¿Qué se ha hecho con lo ganado? Hoy la UNAM es gratuita. También es un dinosaurio burocrático que parece no tener idea ni interés por las necesidades de la sociedad que la financia. Es una burbuja maravillosa en donde la mayoría de los estudiantes pasan años de aprendizaje pasivo, no sólo sin cultivar la capacidad de criticar lo que se les enseña y cómo se les enseña, sino atesorando el ser parte de ese selectivísimo grupo que alcanzó a llegar a la universidad, sin voltear a ver en dónde quedó la raza y el espíritu.

Hoy, como entonces, es absurdo analizar lo que pasa en la UNAM sin considerar el contexto del país. Y no es que en el 99 la sociedad mexicana fuera particularmente consciente y organizada, sin embargo, hoy más que antes, las instituciones son sinónimo de corrupción, y el poder se concentra en manos cada vez más expertas en manipular. La actitud y el actuar de la mayoría de la comunidad universitaria corresponden a la de una sociedad pasiva, que no hace más que seguir el camino que se le impone, comprándose la idea de que por sacarse diez o cumplir con sus horas de trabajo se es una buena persona.

Los 15 años del inicio de la huelga nos gustan para recordar que ese movimiento fue de los que aún estamos por aquí, de los que podemos contar esa historia como nuestra. Esa, que como cualquier historia verdadera, está llena de tropiezos y de errores. Estos 15 años nos gustan para recordar que somos los del cotidiano los capaces de Hacer, porque en ese entonces, los que estábamos no éramos distintos a los que están ahora, y los de antes también nos pudimos haber quedado callados, pero no lo hicimos.

Texto por Heriberto Paredes, Romeo LopCam y Elis Monroy

Fotografías del archivo de Alejandro Meléndez