Familias migrantes en México; comunidad, articulación y alternativas

Por Elis Monroy y Sari Dennise

Migrar de México hacia Estados Unidos es una práctica que desde hace mucho tiempo forma parte de las dinámicas cotidianas de las comunidades en todo el país. Madres, padres, hijas e hijos se trasladan cada año al país vecino en busca de mejores sueldos y oportunidades, dejando atrás casas deshabitadas, familias separadas y un vacío que reclama la urgencia de organizarse para salir adelante.

Según cálculos de la Asamblea Popular de Familias Migrantes (APOFAM) si cada uno de los 34 millones de hispanos de origen mexicano que viven en Estados Unidos tiene al menos dos familiares directos que permanecen en territorio mexicano, entonces, los familiares de migrantes serían por lo menos 68 millones. Aunque esto significa que más del 60% de la población total de mexicanos tiene familiares “del otro lado”, se brinda poca importancia a la separación familiar y al resquebrajamiento del tejido social que enfrentan las comunidades con población migrante.

Además, la guerra y emergencia humanitaria que se vive en diferentes regiones del país, exigen acciones urgentes para que las extorsiones, secuestros y asesinatos dejen de ser normales en la ruta migratoria; y para evitar que las políticas sigan concentrándose en la construcción de muros, deportaciones y militarización de las fronteras.

Estos escenarios son fragmentos de la misma historia: la violencia y «securitización» de las fronteras ha provocado que la división de familias se intensifique, que madres dejen de ver a sus hijos por décadas –o para siempre–, que niñas y niños crezcan en los hogares de los abuelos, y que muchas relaciones de pareja se fracturen por la distancia… hay dinámicas particulares en cada población, pero en esencia se parecen bastante. Por otro lado, a pesar de que cada vez se asemeja más el número de mujeres y hombres migrantes, es común encontrar comunidades compuestas casi por puras mujeres, donde los padres, hermanos, hijos y maridos han migrado con el fin de buscar mejores condiciones económicas.

Ante este contexto, surgen múltiples preguntas y retos sobre cómo reestructurar las relaciones comunitarias y familiares. En la segunda «Asamblea nacional de familias migrantes», celebrada entre el 26 y 28 de marzo de 2014, se reunieron representantes de comunidades –autodenominadas de origen y retorno– de los estados de Oaxaca, Puebla, Tlaxcala, Distrito Federal, Chiapas y Guerrero. En los eventos internos se dialogaron cuestiones como: alternativas a la migración forzada, derechos humanos, libertad de tránsito y organización comunitaria. Además, las delegadas y delegados participaron en las actividades de conmemoración del tercer aniversario del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y ofrecieron una conferencia de prensa con los resultados de sus foros.

Reapropiación cultural

San Francisco Tetlanohcan, Tlaxcala, tiene ya una larga trayectoria en la búsqueda de alternativas a la migración forzada y en la reflexión sobre el fenómeno migratorio. En entrevista, Gloria Rodríguez, nos contó sobre el impacto que ha tenido en su vida y en su entorno su participación en el Centro de Atención a la Familia Migrante e Indígena (Casa Tequitilis-CAFAMI).

Gloria lleva 18 años separada de su esposo y 12 de su hijo, quienes se fueron a trabajar a Chicago. Con las remesas que envían ha sido posible financiar las carreras universitarias de dos de sus hijas, y está por comenzar la de la tercera. En su testimonio, Gloria identifica a la falta de empleo como la principal causa de migración de los hombres en su comunidad.

En CAFAMI, o Casa Tequitilis, como se le conoce en Tetlanohcan (por «Tequio», del náhuatl tequitl: tributo o trabajo), se realizan talleres, reuniones y se desarrollan diversos proyectos. Los grupos de mujeres, como en el que participa Gloria desde hace ya siete años, hacen teatro, baile de carnaval, cantos en náhuatl y han levantado, junto con el apoyo de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, una microempresa de plantas medicinales. También participan en múltiples foros, mesas y protestas con el fin de generar incidencia en política pública desde la perspectiva de las personas y familias migrantes.

La obra de teatro «La casa rosa» es una de las primeras experiencias que hizo posible romper las fronteras y reencontrarse con sus familiares. A través de la vinculación de CAFAMI con la Universidad de Yale, se logró obtener visas para que las mujeres se presentaran en Estados Unidos. Así, se abrió el camino para que varias de ellas fueran a visitar de manera legal a sus familiares. Esta obra también ha sido presentada en diferentes estados de la república mexicana, como Veracruz, Puebla, y D.F., lo que les ha permitido vincularse con otros grupos.

Después de esta experiencia, no sólo ha sido posible que otras personas visiten a sus familiares, sino que han hecho del teatro y de los otros proyectos un fin en sí mismo para recuperar tradiciones, lengua, conocimientos y lazos comunitarios. En 2012 viajaron a presentar tres obras más: «Mariposa viajera», «El veneno de mi suegra» y «Sueños perdidos», esta vez con la forma teatral de «Teatro foro», que es parte de una tendencia llamada «Teatro del oprimido», que busca hacer de este arte escénico una forma de liberación, expresión y educación popular.

Lazos interterritoriales

La Asamblea Popular de Familias Migrantes nació en 2011 con la intención de replicar las experiencias de CAFAMI-Casa Tequitilis, primero en el D.F., y luego en diversas partes del país. Para 2012, ya se desarrollaban procesos organizativos en Sanctórum de Lázaro Cárdenas (Tlaxcala), Santo Domingo (Guerrero), Guadalupe Magdalena Peñasco (Oaxaca) y Cuautepec Barrio Alto (Distrito Federal). Entre el 16 y 18 de diciembre de ese mismo año, se realizó la primera Asamblea Nacional, y en 2013, se fortaleció la articulación con los comités comunitarios que ahora conforman la «Coalición Indígena de Migrantes de Chiapas» (CIMICH) con representantes en Chamula, Chenalhó, Zinacantán, Chalchihuitán, Tenejapa, Teopisca y San Cristóbal de Las Casas.

También el año pasado, surgieron dos grupos muy particulares. El primero de ellos, un comité translocal impulsado por las personas que han migrado de San Jerónimo Xayacatlán (Puebla) a Staten Island (Nueva York). El segundo, un grupo de personas que llegaron a residir a la Ciudad de México después de una experiencia migratoria y, sin saberlo o conocerse previamente, los entrelazaron las múltiples dificultades de reincorporación social y laboral que han enfrentado a su retorno.

Mediante la facilitación de procesos y «no la imposición de agendas» –en palabras de Atala Chávez, coordinadora operativa de APOFAM– este proyecto ha buscado realizar diagnósticos participativos donde los propios implicados sean quienes perciban las problemáticas en sus comunidades y propongan posibles soluciones.

—Trabajamos con familias migrantes en comunidades de origen. De ahí empezó a salir la problemática que se tiene y que está invisibilizada porque si no nos acordamos de los que se van, más que cuando traen dinero, mucho menos de los que se quedan. Y tampoco, de los que en los últimos años han deportado o han regresado de Estados Unidos.

Atala nos relató cómo la experiencia en cada comunidad ha implicado un aprendizaje específico. A pesar de que algunas veces las comunidades detectan las mismas problemáticas, como la «inseguridad», en cada una de ellas tiene significados y contextos diferentes. Las necesidades son distintas y requieren ser comprendidas de manera particular.

Además, señaló como prioridad los procesos educativos y organizativos a partir de los cuales APOFAM busca responder a las necesidades de las familias. Una gran motivación son los viajes de reencuentro familiar, pero no solamente. También las alternativas económicas y la incidencia política –a nivel municipal, estatal y nacional– han sido ramas que han ido creciendo en estos años de experiencia.

Finalmente, subrayó que su objetivo es que cada grupo sea autogestivo, tomador de decisiones y autofinanciable. La intención es que los comités dirijan el rumbo de la Asamblea y el equipo operativo realice tan sólo un acompañamiento, con objetivos comunes y específicos. El encuentro de estos días sirvió para que las comunidades compartieran entre ellas las necesidades que han detectado, así como las propuestas para atacarlas o resolverlas, y las acciones que se requieren para lograrlo.

Algunas personas de las comunidades, delegadas de sus grupos, compartieron con SubVersiones sus historias, ideas, proyectos y contextos; y narraron sus experiencias con la migración. Platicamos con jóvenes migrantes de comunidades indígenas de Chiapas, que nos narraron experiencias relacionadas con violencia de género y dificultades para la cohesión social en una época de diásporas. Las representantes del grupo de «retornados» y de Cuautepec Barrio Alto, en el Distrito Federal, coinciden en que la marginación de los migrantes se da también en las zonas urbanas y en que los clubes se han convertido en espacios de apoyo y articulación. Las comunidades indígenas mixtecas de Oaxaca y Puebla, se perciben más distanciadas de sus familiares debido a las dificultades de comunicación en ambas poblaciones, que no cuentan con señal de teléfono ni internet. Las mujeres de Guerrero, por su parte, se organizan en un contexto muy afectado por la narcoviolencia y el desastre ecológico.

Una fuerza social emergente

Como conclusión de la Asamblea 2014, se emitió un comunicado de prensa donde APOFAM, junto con el Colectivo Plan Nacional de Desarrollo, Migración (PND-Migración), conformado por más de 80 organizaciones y redes de la sociedad civil de México, Estados Unidos, Centroamérica y Canadá se presentaron como «una fuerza social emergente en migración que el gobierno tiene que reconocer y atender». Berenice Valdés Rivera, vocera del Colectivo PND-Migración, indicó como eje de las demandas: el desarrollo integral, la seguridad humana y la inclusión social.

La APOFAM y PND-Migración denunciaron que más de 241 mil personas fueron deportadas en 2013 y que la población migrante se encuentra rezagada y discriminada por los gobiernos, a pesar de que son ellos quienes aportan más a la economía del país. También se señaló la responsabilidad gubernamental en el abandono y destrucción ambiental de las zonas rurales, los cuales han fomentado la migración forzada de estos lugares. —La devastación forestal ha ocasionado la infertilidad de nuestras tierras, no podemos trabajar y los campesinos migran —denunció Jacqueline, de Tetlanohcan. Sus palabras coinciden con el testimonio de Yolanda, del grupo de APOFAM-Oaxaca, Ña ka janni o «Mujeres soñando»:

—Está allá mi esposo y una hija y un hijo, pues, por lo mismo de que ahí en mi comunidad no hay trabajo. Pues ahí nomás nos dedicamos al campo. Pero como el campo no produce mucho porque los terrenos están áridos, secos, todo… la gente migra, se va a buscar otra vida, pues.

La situación que revelan los testimonios de las familias migrantes señala lo indispensable de que la migración no se conciba como un fenómeno independiente, sino como parte de las dinámicas económicas, sociales, políticas y comerciales. En el caso del campo mexicano, los intereses de los gobiernos siguen siendo favorecer a las grandes empresas y al capital; las tendencias y acciones nos muestran un interés creciente de que las urbes y zonas industriales se «desarrollen» y los campesinos se conviertan en obreros –en el mejor de los casos– con el fin de generar una mayor producción, mercados a costa de la devastación ambiental y ruptura de tejido social.

Experiencias como las de CAFAMI y APOFAM son necesarias para que sea posible recuperar la esperanza y construir alternativas; no sólo para atender las necesidades inmediatas de casos individuales, sino para «hacer comunidad» y cambiar las dinámicas de poder. Las mujeres han sido una fuerza fundamental para esta labor y son ellas quienes se apropian cada vez más de los proyectos y generan soluciones desde y para la comunidad.

    L@s representantes de las comunidades de APOFAM participaron en la concentración del 27 de marzo de 2014 en la Estela de Paz, como parte de la conmemoración por los tres años del asesinato de Juan Francisco Sicilia y seis muchachos más; hecho que dio inicio al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD). Allí, se las familias migrantes denunciaron la violencia y tragedias que se vive tanto en las comunidades afectadas por la guerra contra el narco como en la ruta migratoria.

L@s representantes de las comunidades de APOFAM participaron en la concentración del 27 de marzo de 2014 en la Estela de Paz, como parte de la conmemoración por los tres años del asesinato de Juan Francisco Sicilia y seis muchachos más; hecho que marcó el inicio al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD). Allí, las familias migrantes denunciaron el abandono de sus comunidades, así como la violencia y tragedias derivadas de la guerra contra el narco como de las políticas migratorias actuales.