Márgara Millán: la enseñanza zapatista de lo parejo

El 1er Congreso Internacional de Comunalidad, organizado en Puebla a finales de octubre 2015, estuvo rodeado de eventos, entre los cuales, varias presentaciones de libros. Un encuentro nos llamó el atención, llevaba el título del libro que sería presentado: «Des-ordenando el género/¿Des-centrando la nación?»; tenía en su portada la mirada penetrante de una mujer zapatista. Fuimos, platicamos con la autora Márgara Millán y luego leímos cuidadoosamente su texto. El resultado fue un viaje inesperado a San Miguel Ch’ib’tik, Chiapas, a unos 20 kilómetros de Altamirano, en el Municipio Autónomo Vicente Guerrero.

A lo largo de las 300 páginas que reviven y actualizan su tesis de doctorado, Márgara Millán logra llevarnos a conocer esta comunidad neozapatista en todos sus aspectos, desde la belleza natural a la profundidad histórica, desde la cosmovisión tojolabal a la gestión comunitaria de la tierra y de la política. A través de entrevistas, testimonios y eventos a los que pudo asistir, la autora nos entrega un material precioso para reflexionar sobre el rostro femenino del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y de sus bases de apoyo, donde «quizás el cambio sea poco a poco, takal, takal».

Lejos de ser el enésimo relato antropológico sobre una comunidad chiapaneca en resistencia, lo que nos hizo valorar este libro fue que, a través del análisis de un mundo indígena femenino en constante evolución, presenta muchos de los obstáculos que las mujeres, en cada latitud del mundo y a pesar de años de reivindicaciones, siguen encontrando en su camino hacia el «lajan, lajan, lo parejo pues».

Fotografía: Heriberto Paredes

Fotografía: Heriberto Paredes

Este concepto resulta fundamental por ser al mismo tiempo «lo que demanda en su conjunto el movimiento neozapatista de cara a la nación y lo que piden las mujeres en relación a los hombres». El coincidir de estas dos demandas hace que el EZLN sea un movimiento en su esencia profundamente feminista, aunque las mujeres de su base denuncien que en la práctica siguen fallando aquellas condiciones sencillas que permitirían un verdadero equilibrio entre los géneros, como la repartición de los cargos por un lado y del trabajo doméstico por el otro.

El hermano Alberto, de la comunidad de San Miguel Ch’ib’tik, lo ejemplifica perfectamente durante las celebraciones del 8 marzo de 2000 cuando, dirigiéndose a sus compañeros varones, destaca que «nosotros no estamos libres, tenemos un hombre grande adelante, estamos explotados. Y nosotros, hay hombres, que explotamos a nuestras mujeres, maltratamos nuestras mujeres». En su analogía el estado-patrón es masculino y mantiene explotados a los indígenas como algunos hombres indígenas mantienen explotadas a sus mujeres. Y Domingo, maestro de ceremonias en aquel día de fiestas, retoma el mismo concepto recordando como, durante la reunión de organización del festejo del día de las mujeres, «hubo preguntas si ya trabajamos en la cocina, cargamos leña y agua. Y muchos compañeros dijeron que sí, y es mentira porque ni yo mismo lo hago, y de balde esa contestación de esa pregunta. (…) Para las compañeras» concluye en fin Domingo, «hay doble, triple explotación, el gobierno y el hombre».

Fotografía: Heriberto Paredes

Fotografía: Heriberto Paredes

Así el discurso zapatista, según Millán, «tiene bien detectados los nudos de la no paridad: la distribución de las tareas domésticas como cargar el agua, cocinar, ir por la leña, lavar la ropa en el río. (…) La gran empresa de las políticas culturales del zapatismo en torno al género tiene que ver con la construcción de una nueva masculinidad, una que vincule hombría con cargar el agua y cocinar.» Las palabras de Alberto y Domingo permiten ir más allá, afirmando que esta «gran empresa» no es sólo en torno al género, sino más bien a la entera sociedad, en su estructura masculina-patriarcal-explotadora, que hace que lo parejo se vuelva «modelo de la sociedad futura, donde caben las diferencias con equidad, justicia y dignidad».

En lo parejo se reta el orden asimétrico de los géneros como norma, para dar paso a un equilibrio donde no haya alguno que tenga menos o mas recursos, derechos, obligaciones. Lo parejo se aplica a la brecha entre ricos y pobres, como también a la concentración del poder. Lo parejo hace sentido tanto a varones como a mujeres, ellas lo aplican para hablar del modelo de relaciones de genero de comunidad, de nación que desean desarrollar.

La división sexual del trabajo que en las comunidades «está tan institucionalizada que parece no negociable», sigue siendo igual de institucionalizada en las modernas ciudades del México mestizo –y del resto del mundo, se le podría agregar. Sin embargo, para quedar adentro de las fronteras nacionales, lo que se nos hizo fundamental en la reflexión de Millán es que las intervenciones políticas del EZLN hayan cuestionado no sólo el orden de género sobre el cual se construyen las comunidades sino la nación mexicana entera, «trastocando las representaciones de las mujeres indígenas, abrevando y apropiándose a nivel simbólico de la patria, la bandera, la madre y lo femenino». Uno de los mayores logros que la investigadora subraya, platicando con las mujeres de San Miguel Ch’ib’tik, de hecho, la lleva a hablar de recuperación, por parte de estas mujeres, de la feminización que el orden dominante hace de lo indígena, para luego «hablarle de regreso a la nación-de-Estado y cuestionarla tanto en su ordenamiento económico como simbólico.»

El cuerpo femenino es un potente símbolo para los nacionalismos: las mujeres son reproductoras físicas de las naciones como guardianas/transmisoras activas/productoras de las culturas nacionales/comunitarias/étnicas y como significantes nacionales/comunitarias/étnicas, además de participantes activas en la lucha. Las mujeres indígenas tienen una doble adscripción en la narrativa hegemónica de la nación –mujer indígena para el mestizaje– y para su comunidad-etnia, como mujer preservadora de la propia cultura. La nación se construye históricamente a través del cuerpo de las mujeres y de la construcción de sus representaciones. La mujer indígena en el nacionalismo mexicano ocupa el centro de las políticas hegemónicas del mestizaje porque sobre este cuerpo se establecen las «políticas de blanquitud» implícitas en el mestizaje como ideologema estatal.

En este sentido toma tanta fuerza el discurso alrededor del principio de la autodeterminación sobre el propio cuerpo, «que tiene que ver con el derecho a elegir con quien casarse, a no ser dada en matrimonio sin consentimiento, y a decidir cuántos hijos tener». En otras palabras, se trata del principio de integridad física, que coincide con una de las demandas del movimiento zapatista y hace que, una vez más, lo que exigen las mujeres frente a los hombres sea finalmente lo que exigen los hombres frente al Estado.

La inviolabilidad del cuerpo de la mujer en los siglos, violentado físicamente para originar el mestizaje; espiritualmente, a través de su explotación como transmisora de cultura; teóricamente, a través de los estudios alrededor de su papel en la sociedad, finalmente se vuelve central en la plática de todas las  mujeres entrevistadas y constituye otro eje fundamental de la investigación/reflexión de Millán.

Muchas más son las temáticas abarcadas en el libro «Des-ordenando el género/¿Des-centrando la nación?», como más son los matices relacionados con lo parejo y la inviolabilidad del cuerpo femenino que aquí hemos presentado. Sin embargo, en este comienzo de 2016, 22 aniversario del levantamiento zapatista, nos pareció importante destacar por lo menos estos dos puntos, no sólo en el trabajo de Márgara Millán sino, y sobretodo, en el camino de las mujeres zapatistas, que en veinte años de lucha han logrado resultados revolucionarios en su aparente modestia. El libro de Millán ha sido una fuente de reflexión sobre estos y otros aspectos fundamentales del «zapatismo de las mujeres indígenas», pero sobretodo ha sido un una forma de homenajear a las mujeres cuya vida se relata en estas páginas y a todas las zapatistas que «desde algún lugar del sureste mexicano» luchan en contra de la sumisión y explotación, y no desde 1994 sino desde hace ya varios siglos.