«Una madre nunca se cansa de buscar» a su hijo desaparecido

Por Ehécatl Ríos

 

Las cuarenta madres que este año integran a la caravana bajan del autobús, en sus rostros se nota el cansancio, pero por primera vez noto algo distinto, las veo sonreír, a pesar de su mirada dura, se alejan del camión en el que se puede leer «una madre nunca se cansa de buscar»; al releer esta frase apenas puedo imaginar el dolor que contiene cada uno de sus cuarenta pares de ojos, aún no es mediodía, hay una bruma en el cielo, pero es curioso como los rayos del sol las acarician, como un abrazo.

La causa de la sonrisa, apenas perceptible para aquellos que no las conocen, es la fe. están por entrar al recinto de la Virgen de Guadalupe, cruzan un puente desvencijado, polvoso, desde ahí ya se puede ver la Basílica. empiezan a organizarse en dos hileras para avanzar entre el tumulto, antes de entrar al recinto, alzan la voz, gritan consignas.

Consignas desde el alma de una madre que no deja nunca de buscar, desde el amor a un hijo que el tiempo pretende borrar, algunas cargan más de una década de no verlos, abrazarlos, anhelarlos. Gritan y no sólo buscan a sus hijos, llevan cientos de fotografías de aquellos que no aparecen, gritan y apenas puedo imaginar esa mezcla de dolor y esperanza, sus voces se alzan, todas en una, que es la voz de miles de madres en Centroamérica y gritan «¡hijo, escucha, tu madre está en la lucha!», «si el migrante no es tu hermano dios no es tu padre» y «¡uno dos tres las madres otra vez!», se me eriza la piel, el sol las acaricia.

En la Basílica se ve distante la imagen de la Virgen pero a ellas las siento cercanas, enfrente de ella, con banderas de Honduras, Nicaragua, El Salvador, Guatemala; se les ve pasar, renovándose, siento que la fe es el único resquicio que se mantiene en sus ojos cansados, no puedo imaginar cuantas lagrimas han derramado, cuantas se han derramado ya entre las miles de personas que representan.

Fotografía: Ehécatl Ríos

Fotografía: Ehécatl Ríos

Al salir de este recinto, empiezan a colocar nuevamente las fotografías, con sus manos se depositan las esperanzas de hallar una pista, para volver a ver los rostros de cada uno de aquellos que buscan, lo hacen como como ritual, con un amor inconfundible, el amor de «una madre que nunca se cansa de esperar».

Recogen las fotografías, avanzan sobre el patio de la Basílica, entre miles de peregrinos, pocos de ellos detienen su paso, pero las miran, resaltan, las observo, algo cambió, hasta pueden reír, sonreír, vuelven a soñar. En la explanada colocan una manta en blanco y con sus manos preparan la ofrenda, escriben los nombres de sus hijos, les escriben mensajes cual si un mensajero se los fuese a hacer llegar. Una frase impresa con los dedos me toca, dice «te extrañamos», en color rojo, con los dedos, que bien podrían estar ofrendando sangre, para verlos una vez más, «te extrañamos», leo y retumba en mi mente el amor de padre, «te extrañamos», como un eco en mí escriben sus dedos, cual si un mensajero se los fuese a hacer llegar.

Fotografía: Ehécatl Ríos

Fotografía: Ehécatl Ríos

Comienzan a cantar, «Una madre no se cansa de esperar» se escucha de sus bocas, la voz de ellas que es casi una, que son miles, la voz es dulce, es cálida, el sol las abraza, antes de que cuatro de ellas se dirijan a depositar la ofrenda, antes de depositar el mensaje y abandonar la explanada, cantan y mi piel se eriza, contengo la respiración y cantan:

Aunque el hijo se alejara del hogar
una madre siempre espera su regreso,
que el regalo más hermoso,
que a los hijos da el Señor,
es su madre y el milagro de su amor,
Una madre no se cansa de esperar