Acayucan, Veracruz: cuando la música es rebeldía y lucha por la autonomía

Desde hace unos años, el «son jarocho» ha estado ganando en popularidad: hoy en día se multiplican los encuentros, las investigaciones académicas, se graban discos, aparecen músicos profesionales del son que se suben a los escenarios y hacen giras nacionales e internacionales. En fin, en el país como fuera de él, el son se aprecia, se difunde (y se vende bien), y hasta a veces, llega a ser presentado como un ejemplo de «lo mexicano», un orgullo nacional. Pero en Acayucan, Veracruz –y en muchas más comunidades de la región–, el son tiene otro sentido. Allá, la música de cuerdas es una música campesina y popular, una música de todos y todas, una música comunitaria, rebelde, que contraviene a la sociedad de consumo y al sistema capitalista para acompañar procesos de lucha y de organización autónoma.

Para el Quinto Huapango de los Inocentes, organizado el pasado 28 de diciembre por el colectivo Altepee, decenas de personas –tanto mayores como jóvenes, hombres y mujeres, citadinos y campesinas, veracruzanas, mexicanos de otros estados de la república o gente de fuera– llegaron al sur del estado con sus jaranas, requintos, guitarras, voces, zapatos y sonrisas.

Juntxs, tocaron, cantaron, bailaron o simplemente escucharon sones tradicionales tales como el Siquisiri, la Bamba, la Morena, el Colás, el Buscapiés o el Pájaro Cú. La música era llena de alegría y energía pero no tan rápida, para que todas y todos pudieran seguir el ritmo sin cansarse demasiado. Porque antes que nada, el huapango es incluyente: cualquier persona que lo quiera puede ser parte de él. No hay escenarios, ni estrellas. Hay gente que sabe más que otra, pero en la fiesta todos valen igual, todas se respetan. De hecho, a la pregunta «¿quiénes participan en el fandango?», un miembro del colectivo contesta: «Para que salga bien, todos; desde quien amarra un tamal hasta quien tira un verso. Cuando se participa desde la preparación es cuando la música suena bien, porque sabes y sientes lo que estás tocando, sabes el propósito, el objetivo».

La música de cuerdas no sólo es música, sino también una forma de vivir y actuar. «No sólo aprendemos como tocar, también aprendemos valores, aprendemos actitudes, aprendemos a relacionarnos con los demás. Aprendimos a retomar lo que se hacía antes, retomar nuestra identidad, nuestra historia».

Además de tocar y dar talleres para difundir la música tradicional, el colectivo Altepee ha estado aprendiendo y compartiendo nuevas formas de comunicación, de cooperación, de trabajo colectivo. Empezaron a sembrar, a hacer jabones, medicina tradicional, instrumentos, serigrafía, audio y video… sin dejar de fortalecer cada vez más sus relaciones con las comunidades de su entorno.

Para el colectivo, preservar y difundir su cultura también es parte de una lucha en contra de un sistema que impone y obliga, que destruye y desprecia. «Vemos que nuestro entorno está dañado por tanta «civilización» que nos viene a decir qué es el progreso o cuáles son las cosas que nos van a ayudar a ser unas personas felices. Pero ¿qué vemos en realidad en las comunidades? Un árbol devastado, un río contaminado, una empresa queriendo entrar a donde la gente no la quiere porque les va a quitar sus recursos naturales…».

A pesar de que el capitalismo siga creciendo y buscando controlar el espacio y el tiempo, el aire y el agua, los territorios y la cultura, en muchos lugares todavía existen otras formas de vivir, en las que la comunidad es más importante que el individualismo, en las que el apoyo mutuo y la solidaridad valen más que el dinero. Esos saberes no los tienen los partidos ni las instituciones, no se enseñan en las escuelas o en los medios de comunicación masivos sino que los tiene –y los transmite de generación en generación desde hace siglos– el mismo pueblo. El huapango es parte de eso.

«Nos hemos dado cuenta que las personas que han compartido esta música traen conocimientos que son muy básicos para la existencia de las personas, que su forma de ver la vida es muy positiva y muy congruente en su relación con el ser humano, con la naturaleza. Ha sido muy importante aprender esto para saber como reaccionar y como contribuir a un cambio real. (…) Tenemos que saber de donde somos para poder enfrentar lo que viene».

Olvidar o ocultar esos aspectos de la música de cuerdas –transformándola en folklore o en música de escenario que cumple con los requisitos de la industria musical– no sólo es perder una oportunidad de aprender muchas cosas, sino que también es quitarle su sentido: el de la organización con, y desde el pueblo, sin negociación ni búsqueda de la mediación del Estado o del mercado, que en definitiva no son más que los administradores del saqueo.

«Esa música es campesina, nace de la tierra que es la que nos da de comer cada día. Si la música pierde ese contexto ya no tendrá su función de antes, que es la de organizar a la gente».

There are 2 comments

  1. Domingo Román Guillén

    No creo que por subir a un escenario seas profesional, pero lo que es cierto es que para muchos se ha convertido en su recurso que explota para vivir, pero considero que debe ser elevado a una forma de vida. Es un error decir que sea popularizado o ganado popularidad cuando esta música es y ha sido parte de coyuntural en esa región. Simplemente que el paso del tiempo no perdona y las cosas dejan de practicarse.

  2. jlvaldés

    Cuando escuchamos nuestra música, el pecho se nota henchido. El orgullo de pertenencia brilla aún más. Y reafirmamos lo grandioso de nuestro pueblo, no sólo en este arte, en tantos campos lo hemos demostrado en el presente, en el pasado y seguramente, en el futuro.
    Por estas razones, no merecemos a los desalmados delincuentes que se han sentado en el poder, que ahora sus larvas incubadas, heredan a semejanza de una patética e insultante monarquía.
    Arrancar la mala yerba de raíz es imperativo. Urge, no hay otro camino, no hay otra alternativa, no la hay…!!!!
    No esperes ni milagros, ni justicia del injusto…!!! jlv

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