Artistas en resistencia, entre la rabia y la esperanza

Juntar una decena de artistas por una causa, es posible, pero juntar a cientos es un verdadero triunfo que el pasado sábado demostró la Asamblea de la comunidad artística, recientemente conformada. Un logro en años es que la suma de muchas personas dedicadas a diferentes artes se congregara el martes 29 de octubre para mostrar su indignación y organizarse en torno de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa.

Un sector más que se involucra y compromete para llevar a cabo diferentes acciones y asumir que éstas irán en aumento si no hay una respuesta efectiva y expedita, sobre todo en la exigencia principal de la presentación con vida de los estudiantes. «Este crimen fue la punta del iceberg» comentaban algunos de lo participantes en la primera asamblea. Han decidido ser un movimiento horizontal en el que los individualismos se difuminen para lograr un cometido en común: acciones artísticas a través de la toma de espacios públicos para informar a la población sobre lo que está ocurriendo en el país.

Fotografía: Lucero Mendizábal

Fotografía: Lucero Mendizábal

La primera acción colectiva se realizó el pasado sábado 1 de noviembre, el lugar de reunión fue la plaza de las Tres Culturas, centro emblemático para la lucha estudiantil. Desde las seis de la tarde comenzaron a agruparse en una de las esquinas del cuadrante. Exactamente en la que está frente a la iglesia del Señor Santiago. A un costado de la placa en homenaje a los fallecidos durante la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Entre la oscuridad se podía observar a quienes asistieron desde temprano, preparándose para la salida de la manifestación. Lanzaron algunas consignas minutos antes de comenzar, alrededor de las ocho de la noche. Como parte de la movilización, un montaje de electricidad aumentaba su intensidad y permitía tener un poco más de visibilidad. Se podía leer la manta que encabezaba la protesta con la leyenda «El Estado ha Muerto». Otra más con los rostros de los 43 jóvenes y algunos carteles que portaba la comunidad asistente en alusión a un gobierno fallido. Un grupo de zanqueros disfrazados de catrinas avanzaban entre las primeras filas. Y una bandera de más de 15 metros era cargada por cuarenta y tres personas que llevaban una fotocopia con la fotografía de los estudiantes normalistas pegada en la frente. La bandera estaba bañada de sangre; no era la tradicional de tres colores, esta tenía la diferencia de que en lugar de los colores verde y rojo los sustituía el color negro. Una bandera de luto símbolo del finado Estado.

«¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!, ¡Arte y cultura, contra la dictadura!, ¿Por qué, por qué nos asesinan? Si somos la esperanza de América Latina» y otras más. También entonaron las canciones, “Solo le pido a Dios” y “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. El recorrido abarcó parte de la avenida Reforma, para luego entrar hacia el Palacio de Bellas Artes por una pequeña calle perpendicular a la Alameda Central. A escasos metros dieron lectura al pronunciamiento de la asamblea, frente a las personas que se aproximaban curiosas para observar a la numerosa comitiva. Transeúntes daban muestras de solidaridad y acompañaban con sus voces las consignas.

Fotografía: Lucero Mendizábal

Fotografía: Lucero Mendizábal

Entraron por un costado y se postraron en la fuente más próxima al Eje Central en donde lavaron literalmente la bandera que llevaban; invitaron a participar a toda la gente presente. La explanada del palacio se encontraba llena de espectadoras/es frente a  los altares que ahí se instalaron, esfuerzo de otros colectivos de artistas, entre ellos Lak Hormiga. Habían montado uno en homenaje al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), otro por las mujeres asesinadas en el Estado de México, Juárez y otras partes. Y también dedicaron un espacio para denunciar el crimen de Iguala contra los normalistas.

Las consignas se repetían de manera infinita, la numeración del 1 al 43 era el grito de reclamó más recurrente, concluyendo con la palabra justicia al concluir el conteo.

Casi para terminar extendieron el estandarte en el suelo de uno de los espacios del desnivel lateral de la explanada, de manera que todas y todos pudieran rodearla. Se colocaron algunas velas y las fotos de los chicos de Ayotzinapa como parte de la denuncia. Una vez más se leyó el pronunciamiento y para dar cierre a la actividad se cantó con el himno que ha estado presente en las recientes marchas en apoyo a la normal rural “¿Quién dijo qué todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.

Fotografía: Lucero Mendizábal

Fotografía: Lucero Mendizábal

Demandaron el cese a la violencia en el país, la importancia de seguir actuando y que en caso contrario de no obtener respuesta las acciones que se emprenderían irían en aumento. También interpelaron a los representantes de las diferentes instancias de cultura para que se pronuncien por los crímenes y la represión que han estado sufriendo los estudiantes y los normalistas en particular.

Hay indignación, rabia y esperanza, factores que llevan a la unión como principio colectivo. Hay una rabia que genera, que mueve, que indigna, que acompaña, que hermana, la que nace del hartazgo de una vida sistemática de injusticias, vejaciones y diferentes categorías de violencias. La rabia que nace del dolor que duele al otro y que engendra el coraje que moviliza. Pero también de una esperanza que permite pensarse en transformación, en posibilidad, en comunión, en un esfuerzo por construir y  sumar, dejar egos y vanidades que dicen son comunes en el medio artístico porque aquí el objetivo más grande es el compromiso con el país, con el pueblo. Celebraban también el principio de una nueva posibilidad y afirmaron, «este tan sólo es el inicio de una lucha».

Consulta el pronunciamiento emitido esa noche: Pronunciamiento