¿Por qué los normalistas aún sonríen?

Por Eréndira Martínez y Heriberto Paredes
Fotografías de Andalucía Knoll, Eréndira Martínez, Heriberto Paredes y Cristian Leyva
Video de Andalucía Knoll y Heriberto Paredes

«Si los Cetegistas y Ayotzinapos son los que pretenden cambiar la narcopolítica, el desvío de recursos, el nepotismo, la corrupción y demás, sepan que no son diferentes al gobierno que tanto critican, no olviden que muchos comen y viven con lo que les paga el gobierno! Quemar, destruir, bloquear y robar no los hace mejores».
Usuario de la página Facebook Solo Chilpo, 29 octubre de 2014

«Dudo mucho que esos «estudiantes» sean un buen ejemplo para los niñ@s en el futuro, ya que en lugar de estudiar lo único que hacen es perder el tiempo, no son las paredes lo que nos duele que se destruyan, sino la acción, lo que hacen y todavía tienen el descaro de pedir apoyo; ah te recuerdo que en la revolución a muchos de esos revolucionarios no les importó mucho saquear casas, matar gente inocente y violar mujeres, claro que eso no lo cuenta la historia, solo la parte «bonita» pero tampoco eran unas blancas palomas al igual que estos estudiantillos, que tarde o temprano pagarán por todo lo que han hecho, ya les llegará la hora».
Usuario de la página Facebook Solo Iguala, 23 de octubre de 2014

«La diputada del PT Lilia Águilar afirmó que hubo un planteamiento por parte de los legisladores locales para revisar la pertinencia de las normales rurales, en específico la de Ayotzinapa, porque ya no estaba siguiendo los objetivos naturales de una escuela y porque no son positivas».
Periódico El Universal, 19 octubre de 2014

«Casarrubias Salgado, líder de Guerreros Unidos, confesó que su organización secuestró a los 43 normalistas de Ayotzinapa porque entre ellos, supuestamente, iban infiltrados 17 miembros de la banda rival de Los Rojos, de la célula de Santiago Mazari Hernández El Carrete».
Diario Reforma, 29 octubre de 2014

Fotografía: Andalucía Knoll

Fotografía: Andalucía Knoll

Las acusaciones: «vándalos», «inconformes» y «pertenecientes al crimen organizado». Los acusadores: usuarios de redes sociales, políticos y narcotraficantes. Desde la noche del 26 de septiembre, cuando el ataque contra los normalistas de la Isidro Burgos empezó a generar reacciones que paulatinamente movilizaron a la sociedad nacional e internacional, los insultos hacia los «ayotzinapos» también comenzaron a ascender. Curiosamente, cada uno de los calumniadores que se han sentido legitimados a sumarse a esta campaña de desprestigio, les han culpado de ser exactamente lo que ellos son: la gente de Iguala y Chilpancingo, tan intransigente en el Facebook, no se veía igual de integérrima mientras saqueaba el Centro Comercial Tamarindos y la Bodega Aurerrá; los legisladores que los tachan de no cumplir con su papel de futuros maestros son los mismos que, elegidos para el bien del pueblo, rápido se vuelven protagonistas de escándalos de corrupción y malgobierno; la denuncia de ser infiltrados del crimen, por último, viene nada menos que del cártel de los Guerreros Unidos. Frente a este plan de descrédito, dos preguntas se configuran como fundamentales: quiénes y por qué. Es decir, quiénes son realmente los normalistas, y por qué su imagen es estigmatizada y vilipendiada con tanta saña.

La vida «normal»

La jornada de los «temibles ayotzinapos», empieza a las 7 de la mañana, con el almuerzo en el comedor comunitario. Luego, las actividades escolares se recorren en clases de 50 minutos, desde las 8 hasta las 2 de la tarde cuando, después de la comida, los alumnos pueden dedicarse a frecuentar los talleres que más les interesan. La oferta es entre carpintería, talabartería, artes plásticas, pintura, baile, música y deportes. A las 7 de la tarde se acaba toda la parte académica y empiezan las tareas relacionadas con la organización y mantenimiento de la escuela. La estructura es totalmente autónoma y autogestionada: «los maestros sólo cumplen su lado académico de las 8 de la mañana a las 7 de la tarde y a esta hora sólo nos quedamos nosotros, puros normalistas. No se requiere de otra persona, puro alumnado». Los estudiantes se coordinan en comisiones, cada comisión se dedica a un trabajo específico; algunos alumnos están encargados de la limpieza, otros de los animales y del campo: en el «lugar de las tortugas» alojan también caballos, vacas, toros y codornices, y los alumnos cultivan cempasúchil, terciopelo y se dedican al cuidado de una milpa. La comisión de orden y disciplina, en fin, está encargada de la «integridad moral» de la escuela: «después de las 11 de la noche los alumnos no deben hacer ningún tipo de escándalo, no deben poner música fuerte y, si no tienen nada que hacer, deben ponerse a dormir». La rutina y los costumbres de la escuela no concuerdan mucho con la imagen de un lugar habitado por perversos agitadores sociales: la impresión es más bien la de una comunidad disciplinada, organizada para aprovechar al máximo de los escasos recursos de que dispone y, sobre todo, unida. Sin embargo, todo esto, a partir de la noche fatal del 26 de septiembre, no existe. La única cosa que sigue existiendo intacta es la relación de amistad y hermandad que une a los estudiantes: los alumnos de la Normal de Ayotzinapa no son compañeros de clase, son mejores amigos.

Fotografía: Eréndira Martínez

Fotografía: Eréndira Martínez

Jaime es el encargado del club de danza, «un espacio recreativo, pero muy importante porque el arte es algo primordial para un maestro». Lo buscamos para que nos platique cuáles son las actividades de su taller, la metodología y el sentido.

Cuando llegué no sabía bailar, nunca había bailado, ni sabía que me gustaba. Pero pasando el tiempo me fui ensayando y descubrí que un maestro que no tiene arte es un maestro que no siente nada, que no puede transmitir sentimientos. Muchas veces los lugares donde nos mandan son muy apartados, no hay televisiones, no se puede ir al cine, no hay nada de recreo y el baile es un medio, como el teatro, para entretener a la comunidad, darle alegría. Nuestro club además impresiona porque la gente está acostumbrada a ver bailar un hombre y una mujer, pero nosotros somos puros hombres. También ahora, a pesar que seamos todavía estudiantes, nos invitan a muchas comunidades donde no tienen recursos para contratar bandas o grupos de danza y nosotros sólo pedimos que nos den comida y hospedaje, nos llevamos todo lo que ocupamos para el espectáculo. De hecho tenemos un poco de material que selecciona la secretaría y construimos nuestra propia vestimenta y escenarios, aprovechando del taller de artes plásticas, de carpintería y de talabartería, donde construimos los tambores. Nuestras familias no pueden venir a vernos por falta de recursos, o de tiempo, pero cuando podemos organizamos viajes a nuestras comunidades. Yo llevé el grupo de baile a mi comunidad y ellos se quedaron impresionados, porque mucha gente conoce sólo lo que dice la televisión, que somos unos revoltosos, que sólo andamos a marchar quebrando vidrios y estas cosas. Pero nosotros con el club de danza demostramos que no somos unos vándalos sino que también sabemos hacer muchas cosas y estudiamos y aprendemos a trabajar realmente con las comunidades.

Al acabar esta frase Jaime frunce el ceño, se calla.

Ahora no podemos dar espectáculos, y casi no podemos ensayar. Los locales tuvimos que arreglarlos para dar hospedaje a los demás normalistas que vinieron a apoyarnos en las actividades del último mes y, además, entre los 43 desaparecidos están 2 de nuestros compañeros del grupo. Sin ellos no es lo mismo, no podemos trabajar bien, porque nosotros del club de danza somos mejores amigos, estos compañeros son con quienes más convivimos.

Fotografía: Heriberto Paredes

Fotografía: Heriberto Paredes

A cada frase que Jaime agrega, la supuesta peligrosidad de los ayotzinapos vacila un poco más para fracasar totalmente cuando, unas horas después, los vemos realizar una actividad en el zócalo de la vecina comunidad de Tixtla.

¿Será acaso que la risa es la expresión de un dolor callado?

Todo termina en dos camionetas pick-up que transportan a los 40 normalistas de vuelta a las instalaciones donde viven, estudian, luchan. Sus rostros van pintados de blanco aún, aunque sus ropas ya no son los trajes coloridos que usaron toda la tarde. Una caravana improvisada de fantasmas rompe la tranquilidad de las calles de Tixtla. Es como si de pronto una ola removiera los castillos de arena en los que se basa la calma de estos pueblos.

La plaza principal de Tixtla se llenó de niños y niñas, sus padres rodearon los costados y las sillas que se colocaron para asistir al acto permanecieron vacías salvo algunas excepciones. La risotada daba vida a esta plaza, 40 payasos hacían correr y girar a pequeños seres humanos, sus rostros pintados con muchas combinaciones hacían reír a los pequeños. Volaban globos, corría un payaso por allá y otro por acá, los enormes zapatos contrastaban con los pies pequeños de los festejados.

De pronto pareciera que no ha pasado nada, que esta actividad es normal en esta comunidad y entre los normalistas, pareciera que tanta diversión y alegría son la vida cotidiana. No es así. Detrás de este momento excepcional hay dolor y rabia: los payasos que amenizan la tarde son también los compañeros de otros estudiantes, aquellos 43 que desaparecieron el pasado 26 de septiembre y de los cuales no se sabe nada aún. Son una especie de orquesta del vacío. En la escuela hay salones que marcan con pupitres la ausencia de sus mejores amigos, sus camaradas pelones que no han regresado, seguramente también había trajes de payaso que Giovanni, Carlos, César o Ernesto podrían haber usado.

Fotografía: Cristian Leyva

Fotografía: Cristian Leyva

Como parte de una estrategia solidaria, el profesor de educación física, Javier González, sostiene un proyecto llamado «El valor de aprender jugando», con éste pretende cambiar las relaciones entre estos jóvenes y los habitantes de la comunidad. No porque sean malas, sino porque aún quedan muchos que creen las difamaciones lanzadas contra los normalistas. Al profesor se le ocurrió que montando un espectáculo de payasos podía abordar varios aspectos que necesitan ser trabajados: por un lado, el estado anímico de los propios normalistas –devastados por los tiroteos de hace más de un mes y por la desesperación de no saber nada de sus compañeros desaparecidos–; por el otro, la renovación de la imagen que proyecte lo que en verdad son estos estudiantes de la Normal. Y de paso convivir con los niños de Tixtla, quienes entre la nula oferta cultural que el gobierno ofrece, el ambiente de violencia e inseguridad de hace unos años, los destrozos del huracán Ingrid el año pasado, y ahora todo lo ocurrido en Iguala, no han tenido mucho chance de sonreír.

Javier, como seguramente lo llaman sus amigos de la Normal, se reunió con ellos y les platicó de la idea y casi de manera inmediata, ya tenía voluntarios para pintarse la cara y salir con globos entre la ropa para hacer reír a las niñas y niños. Tal vez muchos de estos payasos normalistas quisieron pensar en otra cosa que no fuera en la desaparición de sus camaradas y por eso la rapidez de la respuesta. Bastó una tarde para organizar todo y Javier, además de facilitar maquillaje y trajes, decidió aportar a la actividad con unos inflables para que todo el que quisiera brincara un rato.

Fotografía: Andalucía Knoll

Fotografía: Andalucía Knoll

La tarde en que los payasos se volvieron legión en la plaza de Tixtla pasaron algunas cosas más que valdría la pena mencionar: por la mañana los mismos estudiantes tomaron algunas radios –tal y como lo vienen haciendo desde hace algunas semanas– para dar a conocer mensajes con posturas y análisis sobre la coyuntura por la que atraviesa la Normal. Hubo también una manifestación en la ciudad de Chilpancingo; los maestros caminaron bajo el intenso sol y llegaron, procedentes del zócalo, hasta Casa Guerrero, lugar de residencia de los gobernadores de este estado. Las agresiones tardaron mucho y frente a una manifestación pacífica, la policía federal, que desde el interior resguarda el inmueble, lanzó algunos objetos que provocaron lo que es inevitable, la furia del magisterio. La prensa nacional e internacional se comportaban como si estuvieran cubriendo alguna batalla en Irak y luchaban por conseguir la mejor imagen, la más épica, la que diera la portada de La Jornada, El Sur, Milenio, o algún rotativo en España o Estados Unidos. Nadie quiso ver a los estudiantes que habían invitado a todos esos reporteros que pululan entre Chilpancingo e Iguala, aquellos que cuando conviene parecen muy complacientes con los normalistas y les aseguran el apoyo total.

Ésta era una actividad importante, no por lo taquillero de las capuchas o por lo violento de la defensa o el ataque, se trataba de una actividad medular porque este espectáculo de payasos es parte, de cierta manera, de las actividades cotidianas de los normalistas cuando van a las prácticas o cuando terminan sus estudios y van a los lugares más alejados para trabajar con niñas y niños. Ésta es la finalidad última de tanta lucha y tanta resistencia a la desaparición de las Normales Rurales; y la prensa ni siquiera la consideró como digna de ser cubierta.

Fotografía: Eréndira Martínez

Fotografía: Eréndira Martínez

 Las razones de la risa

En medio de toda la fiebre de bailes, concursos, risas y bromas, tenemos la oportunidad de conversar con algunas personas que nos dan sus opiniones respecto a los normalistas, que despectivamente son llamados –hasta por el gobernado interino Rogelio Ortega– los ayotzinapos.

«Este espectáculo es muy bueno para que quiten esa mala imagen que tiene mucha gente de la escuela. Se dice que son unos pandilleros, unos drogadictos, muchas especulaciones y hasta se manejan otras cosas. Yo los veo que son unos muchachos que quieren un bien, tanto para ellos como para sus familiares y, sobre todo, para México, porque ellos son el futuro, los futuros maestros para los niños de México. Lo que pasa ahora es malo, porque le duele a uno, porque si uno se pone –dijeran por ahí las palabras– en los zapatos de aquellas madres. Una es madre y no quisiera que le pasara eso a sus hijos» dice una señora originaria de Tixtla.

«Lo que les pasó a ellos, ahora es un pretexto para que todos alcemos la voz, estamos todos peligrando por la inseguridad que tenemos todos, niños, adolescentes, nosotros, gente grande, todos tenemos esta inseguridad en cualquier pueblo, ya no tenemos confianza en qué gobierno tenemos y por eso estamos apoyando a ellos también. Si fuera el hijo de un presidente, inmediatamente ellos habrían resuelto las cosas. Aunque también el hijo de un alto funcionario como un diputado, un senador. Qué bueno que los muchachos se dieron el tiempo de dar un ratito de gusto para el momento que están viviendo, un poco de gusto a pesar del dolor que viven» concluye un señor que es también originario de esta localidad guerrerense.

¿Por qué esta campaña de desprestigio? ¿Por qué los medios de comunicación reproducen el discurso del Estado y tratan a los estudiantes de Ayotzinapa como estudiantes de segunda clase? Porque en las acciones de los normalistas hay rebeldía y dignidad; hay dedicación, disciplina, entrega, resistencia, consciencia social; hay vida que no pasa por la política de muerte que el Estado trata de imponer a toda costa para conseguir cada vez mayores ganancias. Porque luchar en las calles y en las aulas y además darse el tiempo y el cuidado de hacer reír a los niños, pese al dolor de la ausencia de sus 43 compañeros es en sí mismo un acto subversivo, una praxis que va contra la lógica capitalista de deshumanización. Por eso tanto desprecio, tanta condescendencia, porque los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa ríen aún, a pesar de las muertes de sus compañeros y de la desaparición forzada de otros más; porque si perdieran esa capacidad de sonreír y hacer reír, perderían la batalla antes de iniciarla. La risa, en medio de esta guerra de exterminio, es un acto rebelde y subversivo que seguramente, el buen maestro y egresado de Ayotzinapa, Lucio Cabañas nunca perdió.

Fotografía: Heriberto Paredes

Fotografía: Heriberto Paredes

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